Capítulo 35

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CONFESIÓN DE MI TÍA CLODOMIRA

-Yo no fui, yo no fui, yo no fui... Bueno, si, fui yo, pero sin querer.

Ustedes, señores, saben muy bien que yo no soy mala ni dañina ni destrozona. Al contrario, soy atenta y servicial, ¿Acaso no hace una semana que les estoy cebando mate a todos? Lo que pasó es que todo el mundo quería entrar en la casa del señor enanito Carozo Nosecuánto.

¿No? ¡Todo el mundo! Todos tenían curiosidad, y yo también, señores del jurado. Yo me moría de ganas de entrar a bichar, ¿Porqué no? ¿Qué hay de malo en eso? Yo también quería probar, como todos, el chocolate en tacitas de porcelana. Pero como la cana era tan chiquita, resulta que no entró nadie más que el Abuelo y su nieta. Pero cuando sentí el olorcito a chocolate caliente, me quise asomar un poquito, nada más un poquito. Resulta que me asomé a la puerta de la salita y, como era tan angosta, allí me quedé atrancada, sin poder entrar ni salir. Ni entrar ni salir. Claro, ya sé que soy un poquito gorda, casi tan gorda casi tan gorda como ese elefante o como cuatro buzones juntos atados con un piolín. Entonces forcejeé un poquito, haciendo palanca con mi paraguas y... ¡Crash, plin, plan, rataplash! La puerta se vino abajo junto con toda la sala, incluido el precioso ventanal con vidrios de todos colores... ¡Pero les aseguro que mi pobre paraguas es inocente! ¡Él ni siquiera quería probar el chocolate! Ahora que he confesado todo, señor detective, arrésteme y...


(Aquí el llanto de mi tía fue tan caudaloso que borró el resto de la confesión e inundó el jardín)

Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora