Capítulo 12

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Claro, ustedes no saben cómo es mi Abuelo. Es un viejito de barba y lentes, muy sabio y estudioso, pero terriblemente cascarrabias. Yo estaba un poco distanciada de él, porque quería seguir mandándome a la escuela. La verdad es que el quiere mandar a la escuela a todo el mundo.

Por eso, en la estación de Ituzaingo, traté de convencer a mi mamá para que no lo fuéramos a buscar.

A todo esto, la gente que esperaba el tren se puso a mirarnos como bichos raros. Cuando partimos rumbo a la quinta del Abuelo se nos pegamos tres vendedores de diarios, dos vigilantes, cuatro linyeras, un barquillero y cuatro monaguillos escapados de la iglesia.

Llegamos por fin a la quinta del Abuelo, bastante embarrados, rasguñados por las ortigas y picados por mosquitos, porque la quinta queda por donde el diablo perdió el poncho. Con decirles que el Comisario la hizo upa a mi Tía Clodomira para pasar un charco...

El Abuelo estaba durmiendo como un angelito.

Tratamos de despertarlo pero no había caso: Se tapaba con la almohada y se encasquetaba el gorro hasta las orejas.

Mi mamá lo alzó y lo vistió, y el Abuelo medio dormido, rezongaba y pataleaba de lo lindo.

Cuando estuvo vestido y con la cara lavada, preguntó que significaba ese atropello, que no era día de clases y que patatín y patatán.

Le explicamos que íbamos a buscarlo para que formara parte de una gloriosa expedición y entonces el Abuelo se entusiasmó.

Fue a abrir un baúl lleno de telarañas, sacó un casco de explorador, una escopeta de corchito, una red de cazar mariposas, una brújula, un revólver de cebita y un espadín de lata.

Así equipado, y cuando parecía que estaba convencido, el Abuelo, que es un caprichoso de mil demonios, se sentó en el suelo y dijo:

Abuelo: -No, no voy nada, no quiero-

Entonces, para convencerlo, le dije:

Yo: -Abuelo, tiene que venir para decir el discurso oficial cuando encontremos a Dailan Kifki-

Como a el le encantan los discursos, los guardapolvos, los pizarrones, los herbarios y todas esas cosas, aceptó entusiasmado, siempre y cuando cantáramos la marcha de San Lorenzo. Cosa que hicimos de bastante mala gana, ya que estábamos afónicos de tanta charla, baile, trámite, viaje en ómnibus, viaje en tren, discusiones, etcétera.

En fin, con el Abuelo a la cabeza y cantando la Marcha de San Lorenzo, atravesamos charchos, cunetas, alambrados y pantanos hasta llegar a un rancho en pleno descampado, donde había un cartel lleno de faltas de ortografía que decía:

ZINDIKATO DE REMONTADOREZ DE VARRILETEZ

(SINDICATO DE REMONTADORES DE BARRILETES)

¡Por fin!


Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora