Capítulo 32

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Nos dimos vuelta y, con la boca abierta, vimos al Abuelo perfectamente disfrazado de detective, con gorra y capa a cuadros, lupa, pipa y patillas

-Toda la vida fui detective diplomado- dijo el Abuelo desdeñosamente, lustrando la pipa en la manga.

-Me alegro mucho- respondió el señor Carozo tendiendole la mano.

Y ahí nomás lo contrató para que realizara inmediatamente la investigación.

-¡Todas las sospechas recaen sobre el acusado Dailan Kifki!- rugió.

-No se apresure- le contestó el Abuelo con calma -La culpable, bien puse haber sido la pelota-

-¡No señor! ¡La pelota estaba jugando tranquilita en el jardín!-

-Permítame esa pelota- insistió el Abuelo con la pipa entre los dientes.

Yo me asomé a la ventana y le pedí a Dailan Kifki que me alcanzara la pelota, cosa que hizo muy obediente.

El Abuelo la observó por todos lados con su lupa y murmuró:

-Esperemos que llegue la policía y lleve detenida a esta pelota por sospechosa-

-¡Eso sí que no lo voy a permitir, sampiolín!- rugió el enanito.

Pero el Abuelo lo interrumpió tranquilamente, diciendo:

-Prosigamos con la investigación. Primero tenemos que saber dónde se produjo el bochinche y cuáles son los daños materiales-

-Me parece que el ruido vino de la sala- dije -Aquí están todas las tacitas intactas-

-Entonces pasemos a la sala- dijo tranquilamente el Abuelo, indicándonos el camino con la pipa.

Y allá fuimos los tres de la manito.

Ya no había sala.

No había más que un montón de vidrios de todos colores hechos añicos. Ni rastros quedaban de la cuna de cristal de la pelota. Ni los marcos de las preciosas ventanas locas que se movían como un caleidoscopio.

Nos quedamos los tres en silencio, mirándonos las puntas de los zapatos.

Yo sentí que se me escapaba un lagrimón. Bajó rodando y después hizo "Clin" al estrellaste contra los vidrios rotos que alfombraban el suelo.

El señor Carozo se había quedado inmóvil, con el gorro en la mano y la cabeza gacha.

Lo acaricié un poquito para reconfortarlo, porque me imaginé muy bien qué grande sería su tristeza.

Una sala tan linda, única en el mundo.

-¿Quién fué?- lloriqueaba -¿Quien rompió mi preciosa salita, quién?-

-Señor- le dijo el Abuelo poniéndole la mano sobre el hombro -Ese es uno de los más grandes misterios de la historias de Gulubú. Pero ya lo develaremos, con ayuda de mi pipa, mi lupa y mi extraordinaria inteligencia.

El Abuelo estaba cada día más modesto.

Sacó una libretita del bolsillo trasero de sus bombachas de golf y anotó:

Sacó una libretita del bolsillo trasero de sus bombachas de golf y anotó:

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-Lo primero que tenemos que hacer- dijo después el Abuelo guardando la libretita -Es interrogar a todas las personas que están alrededor de la casa-

-¡Pero no vamos a terminar más, Abuelo! ¡Son como 80.00 personas!-

-Entre ellas está el culpable- dijo el Abuelo chupando la pipa.

Salimos al jardín, donde toda nuestra comitiva acampaba debajo de los árboles y arriba de los tréboles.

Todos tenían caras de distraídos y de inocentes, cosa que me resultó muy sospechosa.

El Abuelo se trepó a un tronco, de frente al público,  dijo con voz calma y sonora:

-En este palacio acaba de suceder una terrible desgracia-

-¿Que desgracia?- preguntaron todos haciéndose los inocentes, cuando allí la tenían, frente a sus propias narices, a la sala hecha añicos.

-Manos criminales han destrozado la sala del señor Carozo- dijo el Abuelo.

-Oiaaa, de veras...- comentaron todos, como si no la hubieran visto.

-No la habíamos visto- dijo un Embajador, y a mí me pareció un mentiroso desvergonzado.

-¿Tampoco escucharon el bochinche?- preguntó el Abuelo.

-No...-dijo el Comisario -Como estuvimos todos cantando zambas...-

-Les ruego encarecidamente- insistió el Abuelo -Que colaboren conmigo en la investigación, para que no cometamos la injusticia de condenar a un inocente-

-Por supuesto, por supuesto, a sus órdenes...- dijeron todos.

-Les ruego que se aparten un poco- pidió el Abuelo -Y se mantengan alejados del lugar de la catástrofe, porque con mi lupa voy a estudiar las huellas del terreno-

Todos retrocedieron en silencio mientras el Abuelo, en cuatro patas, se puso a estudiar el suelo con su poderosa lupa inglesa.

El señor Carozo lloraba junto a mí, cubriéndose los ojos con mi delantal.

Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora