Capítulo 21

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No pudimos cerrar la boca.

Parecía mentira, pero era cierto.

Una preciosa carroza tirada por diez caballos blancos.

"¿Será la Reina de Inglaterra?" Pensé. "¿Pero cómo ha hecho para enterarse tan pronto de la aventura de Dailan Kifki y venir en carroza a Ituzaingó?"

Todos: -¿Quién será?- Empezaron a preguntar todos.

Y entonces el Abuelo se puso en pie de guerra.

Abuelo: -¡Fir...mes!- Gritó -¡A ponerse el guardapolvo!-

Todo el mundo obedeció. Claro que nadie tenía guardapolvo, pero todos se arreglaron el traje, se peinaron con el dedo, se sacudieron las pelusas, se abrocharon los botones, se enderezaron las galeras y se pusieron en fila con las caras más serias que tenían, para recibir a los despampanantes y misteriosos visitantes.

Alguien insinuó  que, como llevábamos tantos días de trajín y tantas noches sin hacer nono, ya veíamos visiones, como los viajes en el desierto.

Pero no.

La carroza se acercaba cada vez más. Y no era mentira.

Era una carroza de veras, toda de oro con perlitas, menos los guardabarros que eran de plástico.

Y los caballos eran también de veras: todos de caballo, y revoloteaban sus crines larguísimas y enruladas, teñidas de verde, rosa y amarillo.

La carroza frenó justito delante de Dailan Kifki, y mi hermano Roberto dijo:

Roberto: -Estamos fritos-

Los militares, por si acaso, se cuadraron e hicieron la venia-

El Abuelo presentó armas.

Mi tía Clodomira sostenía que en la carroza venía el Presidente de la República, pero a mí me parecía un poco raro, porque sé que el Presidente no anda en carroza ni en monopatín, sino en coche o en helicóptero.

Y la carroza seguía así, con las puertas y las ventanillas cerradas.

Y los caballos quietitos, como si de pronto se les hubiera acabado la cuerda.

Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora