Capítulo 42

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¡El señor enanito Carozo Minujín!

-Pero señor Carozo, ¿qué hace usted aquí? ¡Creíamos que a estas horas estaría durmiendo!

-Sí, estaba durmiendo- contestó.

Se abrió la levita, y abajo tenía un camisón de bombasí. Se levantó el gorro, y abajo tenía otro gorro, tejido y con pompón. Se quitó un escarpín y debajo tenía puesto otro de lana.

-Estaba durmiendo- dijo -pero de repente... ¡Buaaah!

Y se puso a llorar como un loquito.

(Paso por alto, para no cansarlos, la inevitable aparición del jefe de correos, granate de ira a causa de la nueva explosión lacrimógena que había hecho retemblar de nuevo su oficina y sus filatélicas estampillas)

-¿Qué le pasó, señor Carozo?- le pregunté.

-Hágame upa y le cuento- dijo, muy mimoso.

Entonces lo hice upa, lo paseé un poquito para que se le pasara el hipo, y al fin me contó:

-Estaba durmiendo y soñé con mi pelota... la extrañé tanto que me vine corriendo para ver si ustedes... todavía... supisiche...

Y el llanto y el hipo no lo dejaron seguir hablando.

Traté de consolarlo como pude, aunque me di cuenta de que tanto llanto era nada más que una manera de tirarse un bonito lance para que yo le devolviera la pelota.

-Señor Carozo- le dije -aquí tiene la pelota en su jaulita, pero sepa que al que da y quita le sale una jorobita.

En seguida abrazó la jaula como si jamás se la hubiera yo ganado en buena ley.

Inmediatamente se le pasó el llanto y el sueño y se puso contentísimo.

Luego de contemplar a su pelota durante un buen rato pasó a contemplarnos a nosotros:

-¿Y ustedes qué supisiche hacen aquí en la estación?- preguntó al fin.

Le contamos todas nuestras desgracias.

-Ajá- dijo el señor Carozo -¿y ahora qué supisiche van a hacer?

-Y, eso estábamos pensando cuando usted llegó- le dije

-¿Entonces yo también voy a tener que pensar?

-Si no le es mucha molestia- le dije.

-Bueno, pensaré, aunque tengo bastante sueñito.

El señor Carozo arrugó las cejas, se puso el dedo en la frente y dio tres pasitos en redondo para ponerse en la fila de la gente que pensaba.

Así pasamos un buen rato silenciosos, girando en la calesita de los pensamientos, cuando el señor Carozo se salió de la fila y dijo:

-Ya está, ya pensé.

-¿Qué pensó, qué pensó?- preguntamos todos, muertos de curiosidad.

Todos nos agachamos alrededor del señor Carozo, que nos dijo lo siguiente:

-Dailan Kifki no puede viajar en tren porque es elefante ¿verdad?

-Correcto.

-Bueno- siguió el enanito -es muy simple. Tenemos que disfrazarlo para que nadie se dé cuenta de que es elefante.

¿Se fijaron qué inteligente es el señor Carozo? A nadie se le había ocurrido algo tan sencillo, a pesar de que todos teníamos dormidos el dedo y las cejas de tanto pensar.

-Muy bien, señor Carozo, ¿y de qué lo disfrazamos, mantantirú lirulá?- pregunté

-El elefante es randote, ¿verdad?- contestó el señor Carozo -entonces hay que disfrazarlo de algo chiquito para que nadie se dé cuenta del tamaño.

Nuevamente la multitud expresó su asombro ante la enorme inteligencia de un señor tan chiquito.

Yo repetí mi pregunta:

-¿Y de qué lo disfrazamos, mantantirú lirulá?

-¡De una cosa chiquita!

Y todos volvimos a formar la calesita de los pensamientos, con el dedo en la frente, las cejas arrugadas y murmurando entre dientes:

-Una cosa chiquita... una cosa chiquita... una cosa chiquita...

-¡Ya está!- dijo por fin el señor Carozo -¡de mariposa! Va hacer muy bien el pape porque ha sido un elefante volador.

Pero mi hermano Roberto dijo:

-Estamos fritos.

-¿Porqué- preguntamos todos.

-Porque la mariposa es un animal- contestó Roberto -y vamos a tener el mismo problema: que está prohibido viajar con animales.

-La mariposa no es un animal, es un bicho- dije yo -un bicho chiquito que bien puede haber entrado por la ventanilla sin pagar boleto.

-Sí, pero una mariposa gorda como Dailan Kifki va a resultar demasiado sospechosa- insistió Roberto, aguafiestas como siempre.

-¿Y entonces de qué lo disfrazamos mantantirú lirulá?- insistí yo.

-Queda una solución- dijo Roberto, que no me explico cómo hacía para pensar tanto a estas horas de la noche.

-¿Cuál es la solución?

-Hay que disfrazar a Dailan Kifki de persona, de persona y no de bicho ni de animal.

Todos quedamos impresionados ante tanta inteligencia.

Mi hermano Roberto agradeció modestamente y con los ojos bajos los aplausos de la multitud. 

Dailan KifkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora