Capítulo 9

3.2K 263 4
                                    

«No tengas miedo de que una persona desconocida te traicione, porque en realidad las más cercanas son las que te apuñalan.»



—Señor el nuevo bulldozer de la compañía trabaja a la perfección —le aviso a Cristian Coello quien asiente ante lo dicho. Desganada, suspiro. —También los accionistas del Grupo Bernat en california...

—Rosell, lo siento, pero si es para eso no tengo cabeza ahora, por favor ve donde Eduardo Bernat y dile que venga, no sé como piensa dirigir esto si no puede dirigir ni su propia vida, que estaba pensando Arquímedes cuando lo puso al mando

«Alejarse lo más posible de mí.»

Si yo pudiera lo haría.

—Con su permiso —salgo de la oficina de Coello de mala gana, aprieto mi bolso con mi mano aguántenme las ganas de gritarle.

Caminando y llevándome a gente por paso, veo la figura de Eduardo conversando con un hombre que al parecer no esta nada contento.

¿Qué estará pasando?

—Disculpen, señor Bernat, el señor Coello lo espera en su oficina es de suma importancia —El hombre solo al verme siento que me transmite impotencia.

—Bueno disculpa tío —le dice al hombre, en eso la sangre se me hiela hasta mis huesos. —Rosell puede acompañarme —mis articulaciones me fallan impidiendo que haga movimiento alguno. —Melanie —la voz de Eduardo me hace reaccionar.

—Sí, lo siento —es el padre de Arquímedes, el mismo hombre que me abrió las puertas de su casa y me consideró una hija, el mismo que decepcioné cuando engañé a su hijo. Con años encima.

No soy capaz, en vez de sentirme fuerte me obligo a bajar la cabeza, quizá no me recuerda o quizá si sabe quien soy yo por mi nombre y simplemente se queda callado.

Camino detrás de Eduardo, pisando talones con sigilo. Vacila en hablar, hasta que suelta un bufido.

—Melanie —hago un ruido con mi boca, sin poder formular palabra alguna. — ¿Te pasa algo?

—Nada, simplemente no he podido descansar bien —trato de sonreír, pero se me hace imposible.

Asiente no muy convencido. —Si quieres te invito almorzar —veo sus ojos mieles con un brillo inédito e indescriptible, no se al verlos siento que algo oculta de mí, de alguien o algo.

Un sabor amargo se instala en mi boca que me obliga a tragar para ver si esa sensación desaparece una vez por todas.

Achino los ojos, lo que él toma como gracia.

— ¿Eso es un sí? —frunce el ceño.

—Si elijo lo que me gusta —vacilo, sé que parece coqueteo y Eduardo estaría pensando que es eso, pero lo hago de la manera más inocente posible.

—Entonces es un hecho —concluye tan e inesperada invitación entrando a la oficina de Coello.

Respiro hondo, siento que el trabajar aquí es una burla para Arquímedes porque todo lo que ha ganado me lo hecha en la cara con gusto.

Con paso pesado camino hasta la cafetera de empleados, no sé porque, pero siento que hablan de mí, no estoy alucinando o son las pastillas antidepresivas que todo en exceso, esta ven son las miradas, tan acusadoras y sospechosas que me acusan de algo que no he cometido.

Veo como la maquina lleva mi taza de café.

— ¿Ella es? —los susurros llegan a mis oídos, pero trato de alejarlos.

Giros Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora