Capítulo 19

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«En mi mente eres el mejor arte e impredecible. Hecha a la perfección en un lienzo a base de pecado, lujuria y perdición. Porque el simple hecho de admirarte me da ganas de robarte.»


Se trata de una maleta.

Espero desde mis entrañas que no sea alguien decapitado o parte de algo delictivo.

Las manos me tiemblan al ver una maleta encima de mi sillón. La incertidumbre me consume y me acerco con recelo como si adentro hubiera una bomba —Bueno, viniendo de Savannah todo se puede esperar—. Mi cabeza se inunda de ideas y pensamientos delictivos que pudo haber hecho Savannah como Priscila.

Me daré el beneficio de la duda.

Con miedo agarro un trapo y abro la maleta de mano —por seguridad y no dejar mis huellas dactilares. —y al observar lo que hay dentro se me detiene la respiración.

Dinero. Son puros billetes. Me mareo al instante al ver la cantidad majestuosa y me sostengo del material del sillón para no terminar inerte en el suelo.

Hay una nota. Sin pensarlo la agarro con dificultad con mis manos temblorosas y que han comenzado a sudar por la situación.

Melanie, hija esto es tuyo no tengo una cuenta exacta, pero guardé lo que alcanzó para llenarla. Hay más; mucho más y me encargaré de hacértelo llegar. S.H.

¿S.H? Si es Savannah —Mi madre. — no puede ser porque su apellido —y el que tengo. — es Franch. Savannah Franch.

Sin embargo, la persona que se me viene a la mente es Susana Hamilton, pero ella no me diría hija, para que yo fuera su hija tuvo que tenerme cuando ella cumplió los 2 años, es imposible.

Capaz es Savannah y sus cambios de identidad para que no la descubran.

¿Qué haré con tanto dinero?

Y si esta vez robó un banco y para no salir perjudicada me trajo toda la evidencia para inculparme.

Deja de ser paranoica y úsalo, úsalo por todo lo que sufriste por su culpa.

Lo primero que hago es sacarme eso de la mente. Ahora esto es mío sin importar qué, agarro una cantidad considerable y me voy al edificio Bernat sin antes guardar en el armario la maleta y taparla con ropa.

Gracias a esto me percato que la gente me ve sospechosa o simplemente es mi paranoia de la situación en la que me encuentro. Capaz es la hora y que es muy tarde. Me quedo sentada en los asientos de espera. Se que está aquí por el simple hecho de que sus reuniones terminan como a las 10 de la noche. Juego con mis manos apaciguando y suprimiendo las ganas de salir corriendo. Al pensar lo que hice en su oficina hace unas horas no me tranquiliza siendo un acto no muy maduro de mi parte siendo ya adulta.

— ¿Qué desea, señorita Rosell? —levanto mi vista hacia la persona quien me habla. Su voz me repudia y aun así la reconozco donde fuera. Si esa es la misma voz que me persigue en mis pesadillas recalcándome lo puta que he sido.

Me levanto como un ante reflejo ante la temida fisonomía de Arquímedes Bernat quien me observa con aires curiosos y superiores.

Le extiendo el dinero —que tuvo la consideración. —de pagar a la señora Marilyn Martínez de su departamento. —El dinero —un poco asombrado lo coge. —cuando Samara pidió que me ayudaran con la renta —le recuerdo. Su ceño se frunce ligeramente con la idea de donde lo saqué.

Lo bueno de Arquímedes es sin importar que la duda lo carcoma, si sabe que no es de su incumbencia no me pregunta.

Le parece curioso, pero refuta.

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