Capítulo 2 - Más que solo un arma

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Mientras la mayoría de sus hermanos en armas de la orden se encontraban sentados en la mesa del comedor disfrutando del banquete, Quincey se dirigió a patrullar los muros junto con los legionarios. No porque alguien se lo ordenara, sino porque no tenía apetito y quería hacer algo que lo distrajera. Aunque en realidad era más apropiado decir que estar en presencia de Lucius le hacía perder el apetito y quería mantenerse alejado de él.

Quincey tenía dieciocho años y estaba pronto a cumplir los diecinueve, era delgado pues siempre había comido poco, su piel era blanca como la leche, sus ojos azules claros, y siempre se esforzaba en mantener su cabello rubio debidamente peinado pero sobre todo limpio, detestaba la sensación provocada por el cabello grasoso. También se aseguraba de cortarlo con regularidad, el cabello largo era un estorbo durante el combate. Llevaba puesta una armadura plateada en cuyo peto estaba grabado el emblema de la Orden del Filo Redentor, un sol con una espada en su centro. A su espalda ondeaba una capa negra que sostenía con un broche con la forma de una mano, que tenía en la palma un ojo con una pupila delgada como la de un gato. Aquel era el símbolo del clan Mano del Destino, el clan al que pertenecía y del que era gran maestro.

Al llegar a lo alto del muro perimetral uno de los legionarios lo saludo con una inclinación de cabeza, Quincey le devolvió el saludo de la misma forma. Muchos de sus hermanos de la orden menospreciaban a los legionarios por su ignorancia de las artes mágicas, Quincey en cambio los respetaba, se requería de mucho valor para ir al combate únicamente con un escudo, una espada, y fuerza y reflejos. Los legionarios estacionados allí en particular merecían una alabanza ya que eran los sobrevivientes de la Primera y Segunda Legión. Se negaban a rendirse pese a los amigos perdidos y los horrores presenciados.

Quincey se acercó a la orilla del muro y miró hacia el norte, las nubes cubrían el cielo nocturno ocultado la luna y las estrellas tras su manto por lo que no se podía ver muy lejos. Pero al Bosque Corrupto no era necesario verlo, hacía notar su cercanía con su cantar. El viento al pasar a través de los troncos huecos de los árboles petrificados provocaba un sonido a veces grave, a veces agudo, siempre horrendo. Podía escucharse a kilómetros, podía escucharse en los sueños y más frecuentemente en las pesadillas.

-Sabía que te encontraría aquí- dijo una voz a la espalda de Quincey. No le fue necesario voltearse para saber de quien se trataba.

Fabio era de la misma edad que Quincey, y al igual que este, y la gran mayoría de los lúmenes, tenía la piel clara, los ojos azules, y el cabello rubio, aunque el de Fabio carecía de brillo pues nunca se molestaba en cuídalo, lo tenía desarreglado al igual que largo, casi le llegaba hasta los hombros. Fabio también vestía la armadura plateada de la orden, pero con una capa de color rojo oscuro como la sangre, y el broche que la mantenía en su lugar estaba adornado con un círculo de cobre, que representaba una luna teñida de rojo.

-Me conoces muy bien- le respondió Quincey.

-Te recomiendo que comiences a ser un poco más discreto, Lucius ya sospecha que lo estas evitando.

Quincey no tuvo nada que decir al respecto. Se apoyó de una de las almenas del muro y siguió mirando en dirección del Bosque Corrupto. Fabio dejo escapar un suspiro y fue a pararse a su lado.

-Sabes, muchos considerarían el hecho de casarse con una chica bonita perteneciente a la familia real como algo bueno- le dijo. -En especial porque nadie te obligo a hacerlo, tú la escogiste.

-No se sintió como una elección. Fue más bien un deber, el pago de una deuda de gratitud. Tu no podrías entenderlo, ustedes los Luna Roja son libres de casarse con quienes quieran, o de no casarse en lo absoluto.

La historia que ellos se contaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora