Si Agripina tenía planeado inquirir sobre lo que era un dragón se vio impedida de hacerlo, cuando el ejemplar de la especie que se encontraba justo enfrente de ellos tres alzó la cabeza, clavando sus ojos dorados en el templo de la Diosa Madre que flotaba en las alturas, aparentemente fuera de alcance, y lanzó un chillido tan agudo que hizo doler los tímpanos, y los forzó a taparse las orejas con las manos. A medida que el chillido se prolongó se fue haciendo poco a poco más grave, hasta que llegó al punto en que dejó de ser un chillido y pasó a asemejarse a lo que Quincey imaginaba que debía de sonar el rugido de un león.
El asalto a la audición concluyó con un torrente de fuego surgiendo de las fauces del dragón, un enorme pilar incandescente que ascendió hacia el templo, y de cuyo camino los rayos de luz morada que dominaban el cielo parecieron querer mantenerse apartados, pues cada uno de ellos se vio desviado en forma súbita hacia otra dirección. Quincey sonrió como un niño pequeño que al fin iba a ver un espectáculo por el cual había aguardado ansiosamente por varios días para asistir, quería ver el templo estallar en miles de pedazos junto con el traidor de Garrett y sus sirvientes. A esas alturas era poco probable que quedara alguien inocente con vida dentro del edificio, motivo por el cual la idea que estuviera a punto de morir alguna persona que no lo mereciera ni siquiera se asomó dentro de la cabeza del gran maestro, todo lo contrario, este pensó en que era mejor quedar reducido a cenizas que acabar formando parte de un golem de carne. Sin embargo, Quincey acabó por verse decepcionado. La llamarada no alcanzó a tocar su objetivo, se detuvo a varios metros de distancia tras impactar contra una barrera invisible a simple vista, una burbuja de magia protectora que envolvía toda la estructura del templo, y una muy resistente.
-¡Maldita sea!- espetó apretando los puños.
La reacción del dragón no pudo haber sido más diferente de la suya. Bajó la cabeza, cerró los ojos, y empezó a emitir un sonido disonante y estridente, que en un momento sonaba masculino y al siguiente femenino, y que solo podía ser descrito como una risa conformada por innumerables voces que se sucedían la una a la otra a gran velocidad.
-¿Está disfrutando esto?- preguntó Agripina perpleja.
Antes de que Quincey o Tavis pudieran contestarle el dragón le puso punto final a sus carcajadas, y abrió sus ojos para observar fijamente a la Caminantes del Abismo, quien de inmediato se puso a temblar de forma tan descontrolada que la espada casi se le escapa de las manos.
-Temía que esto fuera a acabar sin que tuviera que hacer el menor esfuerzo- explicó el dragón, e incluso en ese momento, cuando no hacía nada más que hablar, su voz era en realidad una sucesión de muchas voces distintas.
Algo que Quincey notó fue que el dragón no habló utilizando su boca; sus fauces permanecieron entre abiertas y no se movieron para articular palabra alguna, las voces con que se comunicaba en realidad habían provenido del interior de su garganta. Allí en donde en lúmenes y umbras, o incluso en animales, colgaba la úvula, el dragón poseía una segunda boca, deforme y llena de dientes torcidos, esa era la que había hablado.
-Tendré que subir a encargarme de esto en persona- les informó el dragón-. Eso me complace, mis enemigos tendrán tiempo de reconocer su inferioridad y doblegarse ante mi superioridad. Saborearé su desesperación antes del final.
Ninguno de los tres pudo preguntarle cómo planeaba llegar hasta el templo. Las palabras se les trabaron en la garganta en el instante que vieron tentáculos incandescentes, como si estuvieran hechos de metal fundido, brotar de la espalda del dragón, y enseguida pasar a convertirse en alas, seis en total. Quincey pensó en la estatua que vio en la torre invertida, la criatura a la que representaba, el Takua que era objeto de adoración de La Siempre Viva, también tenía seis alas. Pero las del dragón no se asemejaban en nada a las de murciélago de la entidad que supuestamente había reescrito su destino, las alas del dragón estaban llenas de plumas doradas. Quincey no creía en ángeles, sin embargo, de haberlo hecho hubiera supuesto que sus alas lucían exactamente iguales a las del dragón.
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La historia que ellos se contaron
FantasyHan pasado más de cuatrocientos años desde de que los lúmenes, originalmente llamados elfos, llegaran en exilio a las tierras de los umbras; la raza de la oscuridad, durante todo ese tiempo los lúmenes se han esforzado en olvidar los horrores del pa...