Telarañas colgaban de todas las esquinas en que las paredes se encontraban con el techo, una capa de polvo, que en algunas partes era fina y en otras tan gruesa que impedía ver la madera por completo, cubría cada milímetro del suelo, y aunque las cortinas estaba abiertas, y al sol aun le faltaban unas horas para ocultarse, la oscuridad en el interior de aquella casa era envolvente. Sin embargo, a ojos de su propietaria, Agripina Caminantes del Abismo, debía de parecer un lugar de ensueño, acogedor, alegre, su pequeño nido de amor en Ninazu.
Quincey, sentado en la mesa del comedor, se sentía repugnado, mas no en la forma que había esperado, pues era compasión y no ira lo que se había combinado con su asco ¿Qué se suponía que hiciese en esos momentos? De repente, así como si nada, se halló soltando el mango del puñal que ocultaba entre los pliegues de su túnica. El puñal cuya hoja bañó, antes de venir allí, en un ungüento que una vez aplicado aseguraría que la víctima no pudiera escapar o defenderse, y que a la vez la mataría haciéndola sangrar hasta por los poros. Había hecho que Gael lo consiguiese para él, de manera clandestina, para utilizarlo cuando al fin llegara esa precisa oportunidad. Había estado tan decidido en ese entonces, y ahora en cambio no tenía deseos de proceder con su plan.
-Recién horneadas- declaró Agripina con expresión alegre, mientras colocaba una bandeja de galletas de jengibre con forma de personitas justo frente a él.
Quincey se sorprendió a si mismo al tomar una de ellas y darle una mordida, y se sorprendió aún más al disfrutar el sabor ¿Cómo podía comer en esas circunstancias? No tuvo respuesta a esa pregunta. Pero instantes más tarde, cuando Agripina se despojó de los guantes y el delantal de flores, que tanto desentonaba con su apariencia triste y demacrada, y tomó asiento a su lado, descubrió que no solo era capaz de comer, sino también de platicar con completa naturalidad. Habló sobre Adelfried y los años de su aprendizaje; las cicatrices que le dejó en la espalda el aprender a ejecutar Ralentizar de manera apropiada, los combates en contra de monstruos de sangre negra en el distante Bosque Corrupto, e inclusive habló sobre el Incidente del Nigromante de las Tierras de Cultivo.
-Escuché noticias sobre lo ocurrido allí, supuse que la mayoría eran solo exageraciones, ni por segundo me imagine que pudiera haber sido realmente tan terrible- mencionó Agripina bajando la cabeza con un gesto de aflicción-. Ojala hubiera podido estar allí para ayudar.
La emoción en sus palabras era genuina, y eso le causó a Quincey un poco de malestar.
Agripina decidió que ahora era su turno de hablar, y él no se opuso a escuchar. Ella le contó sobre Ninazu, sobre lo apacible que era la vida allí la mayoría del tiempo, sobre como en lo que iba de año no habían sufrido ni un solo ataque por fantasmas. Le contó con cierto entusiasmo de los barcos que veía arribar y partir diariamente, y de las caravanas que llegaban por el Camino de Amraphel, provenientes de las innumerables minas de la cordillera; todas eran movidas por decenas de esclavos umbras, pues era demasiado riesgoso emplear animales de carga. También habló sobre el Comandante Murdock, a quien describió como un buen hombre, pero poseedor de un odio feroz hacia los magos, y de la milicia, a cuyos miembros ella ayudaba a entrenar. Entre risas le dijo que la gente de la ciudad siempre agregaba lady antes de pronunciar su nombre, a pesar de que ella al igual que él no había llegado a juramentarse como caballero. Y llegado a ese punto, habló sobre Lucius, y la indignación que sintió cuando este convenció a sus padres a que la forzaran a abandonar la Orden del Filo Redentor, e irse a vivir allí, a la entrada de las Montañas Negras, donde fuera fácil ignorar su existencia.
-Tal era la vergüenza les causaba, no solo a ellos, a todo el clan- profirió Agripina desmenuzando una galleta entre sus manos.
Poco faltó para que Quincey le gritara que Lucius lo había hecho para protegerla, y antes de advertirlo su mano había regresado al mango del puñal. Sin embargo, su ira sólo demoró un segundo en desvanecerse. Después de todo sabía que no era cierto, Lucius no lo había hecho para protegerla a ella sino a su clan... no, eso tampoco era cierto, Lucius había actuado con Lucila en mente, y únicamente por el bien de ella, de su preciosa hermana que había sido tan pequeña en aquel tiempo. Quincey no podía decir que no comprendiera su motivación, y por más que le hubiera gustado no podía reprochársela. Él habría hecho exactamente lo mismo que Lucius de haberse hallado en los zapatos de este.
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La historia que ellos se contaron
FantasyHan pasado más de cuatrocientos años desde de que los lúmenes, originalmente llamados elfos, llegaran en exilio a las tierras de los umbras; la raza de la oscuridad, durante todo ese tiempo los lúmenes se han esforzado en olvidar los horrores del pa...