Capítulo 31 - El príncipe infame

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Al día siguiente, después de un almuerzo durante el cual tuvo el placer de que Tavis lo ignorara; huyendo de su mirada a cada oportunidad, y el disgusto de la presencia de Basil, quien había venido a visitar Bianca, Quincey decidió por motivo de su inminente viaje a Ninazu, ciudad que era en más de un sentido la puerta de entrada a las Montañas Negras, ir a la biblioteca del palacio con el fin de aprender lo que le fuera posible respecto al clan Nergal, el más ruin de todos los clanes.

Infortunadamente, no tardó en descubrir lo inferior que era la biblioteca de los Mano del Destino en comparación a la de la Orden del Filo Redentor, y pasada una hora la única información que pudo conseguir casi podía considerarse saber popular; el vil clan Nergal había traicionado al resto de los lúmenes en favor de la Gran Sombra y los Siete Azotes, por su culpa fue que cayó Irkalla; la gran ciudad de las Planicies Sombrías, y también jugaron un rol fundamental en el sitio y subsiguiente saqueo de Terminus. Tras la contundente derrota sufrida por los azotes en la Batalla de Cedo Nulli el clan Nergal, y sus seguidores, fueron vencidos y capturados por las fuerzas conjuntas de los clanes Bellum y Durandal. Hubiera sido justo ejecutarlos a todos allí mismo y ponerle un muy merecido final a su linaje, pero el Rey Alister Garra de Plata no tuvo estómago para ordenar la muerte de niños y mujeres embarazadas, por lo que se limitó a ejecutar al gran maestro y a su esposa, y a exiliar al resto de los miembros del clan al lugar que los lúmenes luego darían el nombre de las Montañas Negras. A la larga esa resultó ser una mala decisión, porque los Nergal no solo encontraron la forma de sobrevivir a los muchos horrores que plagaban esos parajes, sino que descubrieron que su nuevo hogar era rico en metales y minerales como el hierro, el bronce, y el carbón. Valiéndose de los sirvientes que aún conservaban formaron en cuestión de solo un par de años una próspera industria minera, y con su recién hecha fortuna fundaron una ciudad llamada Namtara en el corazón del Valle de Ereshkigal. Cuando su poderío económico empezó a amenazar a la corona la entonces reina, Anice Garra de Plata, encomendó a la recién formada Orden del Lobo Negro el deber de vigilar y controlar a los Nergal, y con el propósito de facilitarle a sus miembros el realizar esa labor les hizo establecer su cuartel general en Namtara, con el pasar del tiempo la gente comenzó a referirse a ellos como los Guardas del Valle. Poco de eso fue información nueva para el joven gran maestro, quien no pudo reprimir un suspiro de decepción al momento de regresar los libros que había tomado a sus lugares respectivos en los estantes.

-Disculpe gran maestro- llamó una voz femenina a espaldas de Quincey.

Se trataba de la gemela menor, Tami.

-Me enteré de lo que ocurrió ayer- dijo la muchacha con nerviosismo, y evitando en todo momento mirarlo a los ojos-, y solo quería disculparme por el comportamiento de mi hermana, ella no es una mala persona, es solo que...- Tami dudó y bajó la cabeza, permitiendo que sus largos y lisos cabellos le cubrieran el rostro. No obstante Quincey fue capaz de ver que lo que ella pretendía con ello no era seguir evitando mirarlo, sino ocultar el pesar que sentía. Un sufrimiento que pudo reconocer como profundo y muy bien arraigado gracias a que era tan semejante al que él mismo sentía cada vez que pensaba en Beatriz.

-A veces siento que ni yo misma la conozco, siempre ha sido... diferente, distante.

-No tienes nada de qué preocuparte- le dijo Quincey esforzándose en sonar lo menos intimidante que pudiera.

Tami pareció aceptar sus palabras, fue difícil determinarlo con seguridad ya que continuó sin atreverse a alzar la cabeza, y tras una reverencia se despidió. Quincey la observó partir sintiendo una gran lástima, pero dudando que existiese algo que pudiera decir o hacer para reconfortarla.

Menos de medio minuto después de que Tami cruzara las puertas de la biblioteca para salir, Jacob entró por ellas, luciendo en su semblante una expresión en la que se vislumbraba tanto tristeza como agobio, era la expresión de alguien que no por primera vez avistaba un suceso depresivo.

La historia que ellos se contaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora