El sonido... la frenética cacofonía que surgía de todas partes e iba a ninguna lado, esa horrenda aglomeración de ruidos inconexos, sin dirección, sin pausa, sin sentido, pero siempre presente, desesperada, ansiosa, obsesiva, resonando como súplicas lastimeras y gritos encolerizados a través en las cavidades profundas y olvidadas, o quizás prohibidas, y en los cielos blancos de estrellas negras que se reflejaban sobre la superficies de lagos de fondos inexorables. Ese ruido que solo podía ser descrito como la peor experiencia auditiva que alquilen, cuerdo, consciente, sujeto a reglas que no deberían haber sido y sin embargo eran y seguirían siendo, pudiera experimentar en la vida le era, por desgracia, familiar a Emil de la Siega, y significaba que la inconsciencia otra vez lo había traído al trono negro del caos originario más allá de los confines del universo ordenado; lugar de reposo eterno de la serpiente durmiente.
Emil ni siquiera se atrevía a intentar imaginar lo que podía haber allí, y se alegraba de que en realidad su cuerpo siguiera en Las Cuatro Esquina, y sus ojos se encontraran bien cerrados. Pero no necesitaba ver para saber que eso se encontraba allí, reptando entre las formas amorfas de los bailarines. Eso se encontraba en todas partes y en todo momento, pero se encontraba allí aún más que el cualquier otro lugar. Eso que veía sin ojos aun cuando había muchos ojos, eso que susurraba, sin labios, mensajes e ideas que destruían sistemas enteros y colapsaban civilizaciones, eso que era negro y descrito como tal, pero no de tono de piel sino de esencia. Eso que había venido de afuera de los sueños y caminaba, sin pies, por las ruinas, los cadáveres, de mundos enteros. Eso que conocía lo que realmente yacía en cada alma. Eso que era el heraldo, el mensajero de los antiguos, el faraón. Y para eso no existían puertas cerradas o caminos intransitables.
Y todo eso que conformaba a la entidad, a la que Emil se refería solo como el Dios Sin Rostro, se encontraba insatisfecho, el pistolero podía sentir esa realidad en su piel y en su mismísima alma. Pero insatisfecho no era lo mismo que decir decepcionado; no había nada de que estar decepcionado puesto que todo se había desarrollado tal y como debía, tal y como en realidad no tenía otra alternativa de desarrollarse. Incluso la presencia de Emil allí era esperada. Y nuevamente, al igual que todas las veces anteriores, el Dios Sin Rostro le presentó el libro que debía de firmar en sangre, y al igual que todas las veces anteriores él se negó a hacerlo ¡Emil no estaba dispuesto a ser esclavizado otra vez! Claro que el Dios Sin Rostro encontraba su rebeldía tanto divertida como fútil, todos los mortales ya eran esclavos del tiempo y de las circunstancias. Pero que fuera lo que el mortal quisiera, puede que su participación hubiera tenido significado en su momento, pero ese momento aún existía y nada iba a cambiarlo, participación en otros momentos era irrelevante. En especial cuando él no era el único agente del que el Dios Sin Rostro podía valerse, ni siquiera el único Emil con el que contaba.
Sin embargo, en esta particular ocasión, como ninguna otra antes, ya sea por curiosidad, gratitud, o quizás por ninguna razón en lo absoluto, o al menos ninguna que sea posible comprender, ¿quién podría decirlo con certeza? el Dios Sin Rostro le hizo entrega a Emil de un regalo en la forma del armazón desnudo de su revólver: Blanca Nieves. Y aun cuando él no podía ver lo que estaba ocurriendo supo, o mejor dicho sintió con una mezcla de asco y horror, que las piezas faltantes del arma estaban siendo colocadas otra vez en su lugar correspondiente por manos invisibles, que no eran manos en realidad, y que estaban impregnando cada una de ellas con un fragmento diminuto, pero aun así inmensamente significativo, del poder del caos primordial. La Hermandad de Pistoleros se hubiera referido a ese acto como un ultraje, y Emil hubiera estado de acuerdo, pero en más de un sentido se encontraba impedido de hacer algo al respecto.
Al final el Dios Sin Rostro metió el revólver en una de las pistoleras del cinturón de Emil, y susurró al oído de este, sin siquiera tener que emplear palabras, que había llegado el momento del despertar. Emil se alegró de ello pues significaba dejar de escuchar la música de esa terrible orquesta compuesta por seres sin forma o mente...
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La historia que ellos se contaron
FantasyHan pasado más de cuatrocientos años desde de que los lúmenes, originalmente llamados elfos, llegaran en exilio a las tierras de los umbras; la raza de la oscuridad, durante todo ese tiempo los lúmenes se han esforzado en olvidar los horrores del pa...