Mina fue de regreso a la misma habitación en que había tomado refugio la noche anterior, y tras arrojarse sobre la cama, y ocultarse bajo las sábanas, lloró hasta quedarse dormida. Bedwyr la observó durante todo ese proceso sin pronunciar ni una sola palabra para consolarla, quizás eso fuera lo mejor pues con casi total seguridad solo habría terminado por asustarla, en particular porque la muchacha ni siquiera se había percatado de que él se encontraba allí, colgando de su cuello como un vulgar collar. Ese hecho no se debía a ningún descuido por parte de ella, sino a que él era un maestro utilizando magia para ocultarse, su dominio de ese arte era tal que aun si ella se hubiera encontrado totalmente desnuda serían pocos los capaces de percibir su presencia. Desgraciadamente, y para gran disgusto de Bedwyr, su joven pupilo acababa de demostrarle que no se encontraba entre esos pocos capaces de verlo, había esperado mucho más de él.
Pasadas un par de horas, cuando el enfado causado por la decepción hubo empezado a remitir, se acordó que durante la época de su aprendizaje Emil siempre demostró ser un alumno atento y respetuoso, y decidió que eso al menos lo hacía merecedor del beneficio de la duda. Después de todo, los dioses sabían que eran pocos los hombres capaces de mantenerse enfocados cuando estaban lidiando con dramas amorosos, y Emil sin asomo de duda se encontraba inmerso en uno de los peores que el lich había visto en toda su larguísima existencia. Y aunque Emil solo podía culparse a sí mismo por ello, Bedwyr realmente no podía decir que no comprendía sus acciones, por más cobardes que estas hubieran sido. En especial cuando él mismo casi se sentía feliz de que esas dos lo hubieran regalado, como un mero objeto, a Mina, porque ahora tenía la esperanza de que sus caminos siguieran rumbos diferentes y ya no tuviera que lidiar más con ambas.
Emil por su parte parecía haberse resignado a que su destino y el de ellas estaban irremediablemente entrelazados; y en lugar de aprovechar esa oportunidad para escapar, que era lo cualquier persona sensata haría, estaba sentado en la barra del bar esperando pacientemente a que las manecillas hubieran dado su vuelta. Bedwyr no podía negar que admiraba sus agallas. Aunque cabía la posibilidad de en realidad no fuera valor lo que le impedía salir corriendo sino nostalgia; el irracional anhelo de que todo volviera a ser como una vez fue años atrás, cuando una joven lumen de expresión melancólica y sonrisa cautivadora, sentada al pie del único árbol silencioso en el Bosque Corrupto, había pasado tardes enteras leyéndole viejos cuentos sobre las aventuras de dos pequeños troles, y cantado canciones que la hicieron merecedora de que otros lúmenes empezaran a llamarla la Sirena del Bosque Corrupto.
Si ese era realmente el motivo tras la actitud de su joven pupilo entonces Bedwyr no podía hacer otra cosa que compadecerlo. Lo que se había roto no podía repararse, y el tiempo por desgracia, al menos en el caso de seres tan diminutos como lo eran todos ellos, incluyéndose, sólo podía marchar en una dirección; hacia adelante. Emil nunca recuperaría a la mujer de la que se enamoró, eso era un hecho. Esa triste historia ya estaba terminada, el Verdugo mismo le puso punto final entre los muros de la vieja fortaleza en el norte. Sus únicas opciones ahora eran aceptar el pasado y aprender a vivir en paz con lo que había obtenido a cambio, o hacer como un hombre muy viejo y estúpido al que Bedwyr conoció en un sueño, y simplemente sentarse entre las ruinas a esperar que una nueva historia diera inicio... Pero Bedwyr había visto las montañas de cadáveres, al igual que el pozo sin fondo al que eran arrojados durante los interludios, y por eso sabía que esa segunda opción era solo un ejercicio de futilidad; la historia podía desarrollarse de forma diferente cada nueva oportunidad pero su final siempre era el mismo.
Nadie poseía verdadera libertad de elegir, nadie podía eludir su destino por siempre, todo ya estaba determinado. Y aunque ese podía ser un panorama muy desalentador para la gran mayoría de los mortales, Bedwyr de hecho encontraba cierta alegría en desempeñar su papel, en hallarse en el mismo lugar en que había estado incontables veces antes, y en el que esperaba volver a estar algún día, bajo un nuevo cielo compuesto de estrellas tan falsas como las del actual. Y eso era algo en lo que estaba convencido que los difuntos padres de su joven pupilo hubieran podido comprenderlo. Después de todo, una historia no se hacía súbitamente mala sólo porque a alguien se le hubiera antojado contarla más de una vez, y Bedwyr siempre había tenido debilidad por las tragedias, sencillamente adoraba la forma en que estas se las arreglaban para hacer lucir a sus personajes mejores de lo que realmente eran. La muchacha de cuyo cuello colgaba en esos momentos servía de perfecto ejemplo de ello ¿Qué era sino una vulgar ramera y una torpe asesina? De haberse hallado bajo cualquier otro tipo de circunstancias le hubiera resultado repudiable a cualquiera, pero envuelta en la desgracia de los eventos recientes y sumida en un dolor avasallador, se había visto transformada en una heroína tanto gloriosa como hermosa.
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La historia que ellos se contaron
FantasyHan pasado más de cuatrocientos años desde de que los lúmenes, originalmente llamados elfos, llegaran en exilio a las tierras de los umbras; la raza de la oscuridad, durante todo ese tiempo los lúmenes se han esforzado en olvidar los horrores del pa...