Capítulo 32 - Mejores amigos

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Basil bajó la cabeza y apoyó ambas manos sobre su bastón, se veía fatigado como un hombre muy viejo al que hubieran obligado a trabajar todo el día, desde la salida del sol hasta su puesta. Y esa imagen se vio resaltada por el hecho de que tenía el pelo desgreñado y la ropa arrugada, porque no contó con tiempo suficiente para arreglarse de forma adecuada antes de recibir a su inesperado visitante.

-¿De casualidad sabe lo que es una escuela?- preguntó sin alzar la mirada.

Quincey recordaba haber pasado junto a varias de ellas en el pasado, pero jamás le llamaron demasiado la atención. Según tenía entendido eran lugares a los que el común del pueblo, o sería más apropiado decir el común del pueblo con suficiente dinero que gastar dentro de sus bolsillos, enviaba a sus hijos pequeños para que aprendieran a leer, escribir, algo de matemática e historia, junto con otros conocimientos básicos que quizás pudieran llegar a serles ventajosos en la adultez. Sin lugar a dudas no eran nada en comparación a la educación particular que recibían todos los nobles en su juventud, y esa fue precisamente la respuesta que le dio a Basil.

-Quizás le sorprenda saber que existen nobles que envían a sus hijos a las escuelas- le participó este luego de reírse de forma poco disimulada.

Quincey no fue capaz de negarlo, el enterarse de ese hecho le resultaba totalmente sorprendente.

-¿Por qué les harían eso a sus propios hijos?- preguntó sin demora.

-Algunos aspiran a que su progenie se vea forzada a aprender una cosa o dos sobre humildad al interactuar con los plebeyos- explicó Basil-. Otros son sencillamente demasiado perezosos para preocuparse por trivialidades tales como la educación de sus hijos.

Basil alzó la cabeza, revelando que la expresión de su rostro estaba llena de amargura.

-Mi padre pertenecía a ese segundo grupo- dijo-. En aquel entonces él era el delegado oficial de nuestro clan en la capital, y ya de por si le irritaba tener que verme todo el día en nuestra propiedad. Me inscribió sin pensarlo demasiado, ni detenerse a consultarlo con mi madre, en Santa Celina, la escuela más costosa en Eos y probablemente todo el reino.

"Santa Celina" pensó Quincey, y se preguntó si Fabio estaría al tanto de la existencia de esa escuela que había sido bautizada con el nombre de una de sus ancestros; la legendaria líder de la Última Legión, Celina Luna Roja, quien sacrificó su vida junto con la de todos sus soldados al final del Sitio de Terminus, para retener el avance de los Siete Azotes y permitirle al resto de los lúmenes escapar, en la batalla que marcó el final de la Guerra del Gran Colapso y el comienzo del Gran Éxodo.

-Debo admitir que al principio estaba entusiasmado de asistir allí- continuó relatándole Basil-, mi vida en la capital había sido muy aburrida y mi hermana aún estaba en pañales, así que no podía jugar con ella. Sin embargo, algo que no tomé en cuenta, o mejor dicho algo que mi mente infantil aún no era capaz de concebir, era el odio que la mayoría de la gente siente hacia mi clan. Hoy en día puedo entenderlo a la perfección y no me cuesta aceptarlo, después de todo somos el tercer clan más rico de todos, y eso no se debe a trabajo duro sino a matrimonios arreglados y buena fortuna.

-¿Los otros niños fueron crueles contigo?- preguntó Quincey con irritación en la voz, pues le era imposible evitar sentir que Basil sólo le estaba echando en cara la suerte extraordinaria que tenía su clan. Indudablemente era muy fácil odiar a los Ariel.

-Crueles e imaginativos- respondió Basil-. Al menos cada cinco días inventaban una nueva canción para burlarse de mí, y tengo que ser sincero... algunas de ellas eran fantásticas. Esos niños tenían un talento innegable, y conformaban un coro espectacular.

La historia que ellos se contaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora