Capítulo 40 - Una lagartija muy fea

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Garrett no fue muy lejos, dio nada más que un par de aleteos que lo llevaron justo al otro lado de la calle, a las puertas del templo de la Diosa Madre. Estas fueron abiertas para él, pero no por las personas que se hallaban en el interior; sacerdotes y aquellos que habían buscado refugiarse del voraz fuego que empezaba extenderse por toda Ninazu, sino por criaturas de pesadilla, poseedoras de cuerpos deformes cuya anatomía no parecía adherirse a ninguna lógica conocida. Varias de ellas tenían cabezas con rostros en los que no habían ojos, pero si narices ganchudas desproporcionalmente grandes, y bocas sin labios, colmadas de dientes cuadrados de un color blanco inmaculado. Otros de esos seres contaban con cuellos larguísimos, los cuales carecían de la fuerza necesaria para mantener sus cabezas alzadas, y en lugar de eso las arrastraban por el suelo, como trozos de carne inútil. Quincey se sintió asqueado de tan sólo verlos, por lo que apartó la mirada sin demora y la llevó hasta Agripina, quien al advertir la mezcla de espanto y confusión en el rostro del joven gran maestro explicó:

-En eso es en lo que acaban convertidas las personas que son poseídas por los fantasmas de la cordillera. Algo que sin dudas no tenía el menor deseo de volver a ver en la vida.

-Son todos miembros de la milicia- declaró Bianca, para gran pesar de Agripina-. El comandante le ofreció la vida de todos sus hombres a los Nergal de la antigüedad.

La artista, de rodillas sobre el suelo en forma similar a la que Quincey lo había estado minutos antes, se cubría el rostro con la mano derecha, tenía la cara por completo empapada de sangre. Aunque la verdad es que se podía considerar muy afortunada, Garrett le había golpeado la cabeza con fuerza suficiente para pulverizar cráneos, que fuera capaz de hablar con perfecta claridad después de eso era poco menos que increíble.

Más difícil de creer aun fue lo que ocurrió a continuación: luego de abrirse paso torpemente por entre los escombros, mientras con una mano utilizaba su espada como bastón, Flora al fin alcanzó a llegar hasta donde ellos se encontraban, y a pesar de que la sangre no dejaba de fluir desde la herida en su pecho, lo primero que hizo fue arrodillarse junto a Bianca, o sería mejor decir, dejarse caer de rodillas al lado de esta, y preguntarle si se encontraba bien. El rostro de la artista se hallaba demasiado oscurecido por la sangre como para que Quincey alcanzara a vislumbrar la expresión que se había formado en este, pero de haber podido apostar habría dicho que creía que Bianca había quedado estupefacta, él sin dudas lo estaba. Sin embargo, pese a lo lamentable de su estado actual, el ver a Flora aún viva representó un gran alivio para Quincey. La explosión le había hecho temer lo peor, pero Bianca debía de haberla escudado en la misma forma que el muro de cristal de Tavis lo había escudado a él...

¡Tavis! ¿Dónde estaba Tavis? ¿Cómo podía siquiera haberse olvidado de ella aunque fuera por un momento?

Quincey miró alrededor, buscándola. En menos de un segundo la halló a unos pocos metros de distancia, yaciendo de costado sobre una pila de madera astillada, con la espalda hacía él. Sin perder un momento corrió hasta ella, oró a la Diosa Madre y al Dios de la Sangre porque aun estuviera con vida. Sus plegarías fueron escuchadas, Tavis respiraba, y aparte de unos pocos cortes diminutos, y un moretón en la frente, no parecía haber sufrido ningún daño. Descubrió lo equivocada que había estado esa primera examinación cuando la sujetó por los hombros e intentó enderezarla, Tavis abrió los ojos y profirió un grito ensordecedor. Su brazo izquierdo, ese en el que tenía su cristal, colgaba inerte al costado de su cuerpo, roto en por lo mínimo en ocho lugares.

-¡Maldita sea!- soltó ella, mientras lo apartaba de un empujón con su mano derecha.

-Lo siento-se disculpó él. Tavis lo miró con ojos enrojecidos a causa de las lágrimas que el dolor había conseguido arrancarle.

La historia que ellos se contaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora