Capítulo 15 - Peregrinación al pasado

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Mircalla poseía una sola calle principal, la cual iba desde la puerta norte de la muralla hasta la entrada del palacio del clan Sheridan; o hubiera sido mejor decir fortaleza pues ese edificio tenía pocos lujos y muchas defensas, y esa mañana de a comienzos de invierno una multitud de personas se aglomeró a ambos lados de dicha calle, pues uno de los vigías había dado aviso sobre el tan esperado retorno de la expedición que había partido al interior del Bosque Corrupto días atrás. Salomé formaba parte de esa multitud, y su vestimenta hubiera sido capaz de dejar a la mayoría de los hombres sin aliento, pues a pesar de que usaba la gabardina de color verde oscuro de los Cazadores de la Ceniza, la llevaba abierta y debajo de ella lo único que tenía era un ajustado pedazo de tela de color negro que envolvía su torso, cubriendo sus pechos, y que acababa un poco por encima de su ombligo. Junto con unos pantalones cortos, también negros, que no llegaban a cubrir prácticamente nada de sus sensuales piernas. Ese era de hecho su atuendo de costumbre, el aire frío que acariciaba su piel no era una molestia para ella, y en esa ciudad no tenía motivos para ocultar su verdadera naturaleza; casi todas las almas que vivían allí ya sabían quién era.

En una rara exhibición de emoción, o al menos rara viendo de la estoica gente de Mircalla, la muchedumbre comenzó a vitorear mientras las puertas de hierro de la muralla se abrían, y permitían la entrada a una procesión de soldados que portaban lanzas y escudos en forma de gota, en los cuales estaba pintado el gato negro que era emblema del clan Sheridan. A la cabeza de la procesión iba un hombre alto, de expresión seria, con ojos azules claros y cabello del color de la miel, que vestía una túnica negra, y portaba en una mano un báculo, hecho de la madera de los árboles del Bosque del Fuego, y una espada envainada en su cintura. Su nombre era Aubrey Sheridan, y viéndolo tan apuesto como en ese momento a Salomé no le hubiera molestado llevárselo a la cama; estaba segura de que en un par de minutos podía hacerlo adoptar una expresión mucho menos digna. Tristemente el joven noble se encontraba más allá de su alcance, al menos de momento.

A mitad de la procesión venía una carreta en cuyo interior se encontraba aquello que la expedición había ido a buscar; el tronco retorcido y roto de un árbol petrificado, uno que Salomé conocía muy bien. Ese árbol en particular reposó en medio de un claro hasta el fatídico día en que la Vanguardia del Invierno vino a aliarse a las fuerzas del Caballero Negro, y durante los cientos de años que permaneció en pie los otros árboles del Bosque Corrupto casi parecieron repudiarlo, quizás por desprecio ya que aquel solitario fue el único de ellos que jamás formó parte del coro del lamento eterno, o quizás fuera miedo a aquello que estuvo encerrado dentro su tronco; aquello que aquel a quienes algunos llamaron el Campeón Oscuro, y otros el Lobo del Norte, consiguió atrapar con la ayuda de uno de los que en una época fueron sus enemigos mortales. Ni siquiera entre las tribus que llamaban al bosque su hogar eran muchos los que conocían esa historia en particular, y probablemente eso fuera lo mejor. La mayoría llegó a conocer de la existencia de ese árbol solo porque sentada a su sombra, leyendo los libros de cuentos que su madre jamás se molestó en leerle durante su niñez, era que podían encontrar a la Sirena del Bosque Corrupto. Mas esa sirena acabó siendo asesinada por el Verdugo entre los muros de Cedo Nulli, y Salomé tomó tanto su título como su lugar al pie del árbol tras llegar del norte, dejando tras de sí un rastro de nieve derretida en el paisaje hasta entonces nunca antes perturbado del Vacío Blanco. Fue a la base de ese árbol solitario que ella encontró a la persona a quien conocía solo por nombre y reputación, la persona que era parcialmente responsable de su vida de tormentos. Y fue allí donde dio su viaje por terminado cuando al fin consiguió aquello que tanto había anhelado; libertad. También fue allí donde conoció a Quincey Mano del Destino.

Pero eso había sido entonces y ahora era diferente, ahora que el prisionero había conseguido escapar los restos de la prisión olían terrible; no de forma repugnante sino incorrecta, como si ese tronco destrozado fuera una afrenta en contra de la mismísima naturaleza. En realidad todo el Bosque Corrupto hedía igual, sin embargo el olor era tan fuerte alrededor de los restos de ese árbol que Salomé tuvo que cubrirse la nariz, y de hecho acabó viéndose víctima de un gran temor ¿Qué horror indescriptible habría sido el que ese árbol contuvo dentro su corteza por tantos años? Fue solo gracias a su fuerza de determinación, forjada durante los terribles años de su infancia, que consiguió evitar que le temblaran las rodillas, y mantenerse fija en su lugar. Los elfos no tenían idea de lo afortunados que eran de no ser capaces de percibir ese olor. Los umbras en cambio sí podían, y aunque no lo hacían con la misma intensidad que un demonio a Salomé no le fue posible evitar sentir lástima por los esclavos que estaban siendo obligados a mover aquella carreta; por la expresión en sus rostros le quedó muy en claro que se estaban sofocando.

La historia que ellos se contaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora