Capítulo 28 - Bajo el yugo de El Arquitecto

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-Es una ciudad hermosa- dijo Bianca mientras tomaba asiento junto a Basil.

Quincey apenas logró escucharla por sobre los gritos horrorizados de la gente; horrorizados pues en ese momento él se encontraba con la espalda contra el suelo, y Fenris justo encima suyo. A los ojos aterrados de los observadores debía de parecer que el lobo del Bosque Corrupto lo estaba devorando vivo, pero en realidad solo estaba limpiándole a lengüetazos la sangre del rostro, tal y como Bianca le había ordenado que hiciese. Quincey no pudo negar que esa era una forma efectiva de hacer que se preocupara más por su apariencia de ahora en adelante. Y por fortuna Fenris terminó con su labor y fue a acostarse junto a los pies de su ama antes de que alguien llamara a los guardias.

-Me alegro de escuchar que la hayas de tu agrado- dijo Basil mientras le hacía señas a una de las meseras para que viniera a tomar su orden, la muchacha por supuesto que no se atrevió a dar un paso en la dirección de Fenris.

-¿Cómo podría ser de otra forma?, esta es después de todo la ciudad en que mi madre nació- mencionó Bianca con expresión soñadora.

Quincey se levantó del suelo sin decir nada, y tras limpiarse la baba que le cubría el rostro con la manga de su túnica, acomodó su silla, pues se vio derribada cuando Fenris se le echó encima, y volvió a tomar asiento.

-Me enteré de que ahora eres un gran maestro- le dijo Bianca.

Él se permitió un momento para examinarla; en lo que respectaba a indumentaria y maquillaje la pintora no había cambiado prácticamente nada desde que se despidieron en Églogas, seguía igual de excéntrica. La única novedad en su apariencia que Quincey pudo notar a primera vista fue la capa de piel de lobo blanco que tenía sobre los hombros, una prenda muy inusual para llevar puesta en medio de un día soleado de verano, claro estaba que eso no era lo más raro que le había visto a ella hacer. Sin embargo, tras un segundo vistazo Quincey advirtió algo que le sorprendió no haber notado en primera instancia, y esa fue la razón por la cual cuando le habló no fue para pedirle que le dijera de una vez lo que sabía sobre la muerte de Beatriz, sino para preguntarle:

-¿Qué le pasó a tu rostro?

-¿Te refieres a esto?- preguntó ella llevándose una mano a la cicatriz que tenía en la mejilla izquierda, la cual por su forma fina y recta él solo pudo concluir que había sido producto del corte de la hoja de algún arma. -No es nada por lo que tengas que preocuparte- dijo ella esbozando una sonrisa.

Quincey no estuvo complacido con esa respuesta, pero decidió dejar pasar el tema, al menos de momento, porque su difunta hermana volvía a ser el foco de todo su interés.

-¿Quién asesinó a mi hermana?- preguntó bajando la voz e inclinándose sobre la mesa, para asegurarse de que nadie más que ella y Basil alcanzara a escucharlo.

Bianca volvió a sonreír, pero no de forma dulce, o que aparentaba ser dulce como era su costumbre, sino con algo de malicia.

-Nada es gratis en este mundo.

Quincey apretó los puños a la vez que una expresión de furia se formaba en su rostro. Tuvo que esforzarse mucho en no demandarle a gritos que respondiera a su pregunta; no le convenía armar una escena en público, y mucho menos le convenía mostrarse hostil en contra de alguien que poseía un perro guardián tan formidable, en particular cuando ese alguien había sido capaz de arrancarle los ojos a uno de los Reyes de la Caza.

-Dime tu precio- dijo con acritud.

La malicia en la sonrisa de la pintora se suavizó un poco antes de decir:

-Necesito un favor.

Quincey la miró confundido.

-En quince días tomará lugar en la ciudad de Ninazu una subasta exclusiva para individuos del más alto estatus social, y el producto que está a la venta es de inmenso interés para mí- explicó ella.

La historia que ellos se contaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora