Capítulo 4 - La sangre del Abismo

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Aarón no volvió hablar hasta la llegada de la medianoche, cuando al fin alzó la cabeza para surgir del mar de recuerdos amargos en el que se había sumergido tras la discusión con el hombre de la capa de piel de lobo y, tras pasar la mirada por los rostros de sus amigos, le pidió a cada uno de ellos disculpas por su súbito arranque de ira.

-No tienes que disculparte, aun no estamos tan viejos como para no acordarnos de lo que tuviste que pasar a manos del primogénito del Gran Maestro Aitor- le dijo Darío apoyándole una mano en el hombro.

-Se llamaba Alain- musitó Aarón. No le gustaba pronunciar aquel nombre en voz alta, le traía a la mente imágenes de lo peor de la niñez.

A los seis años de edad Aarón fue elegido para ser el esclavo personal de Alain Ojos de Fuego, lo que no solo representaba un honor, sino también una vida menos ardua que la de otros esclavos. Nunca tendría que limpiar, ni cocinar, ni haría recados tontos ni trabajos forzados. Los esclavos personales desempeñaban labores mucho más dignas, y estaban entre los pocos a los que se les enseñaba a leer y escribir. Debían estar siempre al lado de sus amos, asistirlos en sus labores, y organizar sus actividades del día a día. Cualquier lumen incluso aquel no perteneciente a la nobleza podía patear con total impunidad a un esclavo umbra solo por tropezarse durante el trabajo, mas no así a un esclavo personal, eran considerados inversiones y posesiones valiosas. Por desgracia para Aarón, ser el esclavo de Alain resultó ser peor que pasar los días y las noches picando piedras en una cantera.

Alain era de su misma edad, pero se encontraba lleno de una crueldad superior a la de muchos adultos. Cada tarea que le asignaba a su joven esclavo estaba diseñada para torturarlo, humillarlo, quebrarlo. Un otoño en particular le ordenó ir al patio y recoger a mano todas las hojas que hubieran caído de los árboles, solo para después forzárselas a comer. También adoraba hacer bromas crueles, al principio eran muy infantiles e inofensivas, como poner baldes de agua helada sobre las puertas para que Aarón terminara empapado y tiritando. Pero a medida que los años pasaron fue creciendo en malicia. Ponía escorpiones venenosos en la ropa de su desafortunado esclavo, y el agua fría de los baldes fue remplazada por orina y excrementos.

Aarón recordaba con especial amargura el día que Alain cumplió diez años y le ordenó ir a buscar sus regalos, los cuales supuestamente habían sido guardados en los sótanos del palacio. Él no quería bajar allí, se rumoreaba entre los esclavos que los fantasmas de las víctimas de la cámara de torturas rondaban por los laberínticos pasillos, clamando a gritos por venganza. Mas no pudo negarse, una orden era una orden. Y tan pronto puso un pie dentro de los claustrofóbicos sótanos su amo cerró la puerta de metal que era la única entrada y salida, dejándolo atrapado allí abajo. Tres días fue lo que tardaron los otros esclavos en encontrarlo. Tres días de soledad en la oscuridad, tres días de sentirse acechado, tres días de llorar en un rincón, alerta de cada movimiento, de hasta el más mínimo sonido. Su familia y amigos lo hallarían exhausto, soñoliento, casi muerto de hambre. Sus ojos nunca más derramarían nuevas lágrimas, ya no le quedaban. Días después averiguó que fue el mismo Alain el que puso a circular los rumores sobre fantasmas con la intención de prepararlo para cuando le jugara su pequeña broma.

Desde entonces no aguantaba escuchar a los lúmenes hablar de fantasmas o monstruos de sangre negra, creía que todo eso era solo una artimaña, un cruel engaño con la finalidad de torturar a umbras ilusos.

Irónicamente al final no fue ninguna tarea denigrante, ni broma pesada lo que consiguió quebrar a Aarón, sino algo totalmente diferente. Al igual que todos los jóvenes a medida que Alain fue ganando años comenzó a sentir curiosidad sobre... ciertos temas, y decidió hallar la respuesta a sus preguntas en su hermana menor. Como era de esperarse ella no estuvo de acuerdo con el asunto. Fue tarea de Aarón el mantenerla callada y quieta mientras Alain realizaba su investigación. Ninguna de las torturas previas se asemejo a aquella tarea, Aarón nunca consiguió borrar de su mente la expresión en el rostro de la muchacha, sus gemidos de dolor, las lágrimas en sus ojos azules... si las lágrimas fueron lo peor. La pobre chica tenía lágrimas de sobra, y en cada una de ellas se derramaba un poco de su inocencia.

La historia que ellos se contaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora