Capítulo 23 - Talos

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En una ocasión, durante los primeros años de su entrenamiento, Adelfried le dijo a Quincey que era imposible conseguir satisfacción alguna al matar miembros del clan Cacería Salvaje, porque no importaba en que forma los apuñalaras, cercenaras, decapitaras, o incluso inmolaras, siempre recibían la llegada de la muerte con una sonrisa en el rostro. En su momento eso solo sirvió para que Quincey dudara de la salud mental de su maestro, al fin y al cabo no se suponía que un caballero buscara satisfacción personal al matar, sino que lo hiciera por un sentido del deber, de justicia. Pero ahora, al hallarse con la espalda contra la pila de cristales en que Samantha había enterrado la estatua del fundador del clan Jardín de los Lamentos, rodeado por los cadáveres congelados de al menos una docena de soldados del clan Torre de Cristal, Quincey reconoció la verdad de las palabras de Adelfried. Y aunque no era placer lo que deseaba conseguir con la muerte del hombre al que estaba sujetando por la garganta, esa sonrisa despreciable que tenía en su rostro, y la forma en la que lo estaba viendo, como la de un animal salvaje contemplando a su presa, le hicieron muy sencillo el romperle el cuello. Esa era la segunda persona a la que Quincey mataba, pero la primera a la que mataba con plena intención, y por ello no sintió el menor vestigio de culpa.

Después de soltar el cadáver Quincey miró alrededor en busca de más enemigos, por fortuna los únicos jinetes fantasmas a la vista yacían muertos en el suelo, salvo por uno en cuyo torso la hoja de la espada de Cedric había quedado atascada, pero ese fue un inconveniente que el anciano de inmediato resolvió con una patada. Una pregunta surgió en la mente de Quincey, ¿había logrado pasar alguno? Se volteó en dirección del palacio de los Jardín de los Lamentos, y enseguida obtuvo la respuesta, si, uno había conseguido pasar, Carrie acababa de arrojar su cuerpo sin vida por una de las ventanas del segundo piso. Los dos aprendices de caballero intercambiaron una mirada en la que se aseguraron que se encontraban bien, tras lo cual regresaron a cumplir con su deber. Y el deber de Carrie era de particular importancia, pues lo que apenas esa mañana había sido una mera nevada ahora era una tormenta de nieve, y lo único que impedía que esta engullera el poblado era una barrera mágica que el Gran Maestro Heinrich estaba empleando todo su poder en mantener. Un esfuerzo tan descomunal como ese requería de total concentración, cosa que lo dejaba indefenso a cualquier ataque, por lo que era necesario que alguien lo resguardara, y con todo su clan demasiado asustado para luchar, tal obligación recayó sobre Carrie, porque entre ella y Quincey, ella era la más diestra en combate en espacios cerrados.

-Parece que tenemos un momento para recuperar el aliento- mencionó Cedric. -No parece que ningún otro de ellos venga cabalgando en esta dirección.

No fue una pausa que Quincey recibiera de buen grado, no la habían ganado por hacer retroceder al enemigo, sino porque este se encontraba distraído irrumpiendo en las casas de la gente de Églogas. Pedidos de auxilio les llegaban desde todas las direcciones, y ninguno de los dos podía hacer algo al respecto. Tenían que mantener su posición, defender la plaza central con sus vidas.

-¡Bestias, nada más que bestias todos y cada uno de ellos!- prefirió Quincey, lágrimas de impotencia se deslizaban por sus mejillas.

-En eso te equivocas- le dijo Cedric mientras comenzaba a arrancar las flechas incrustadas en su armadura, lo que hizo que Quincey se fijara en que también había flechas en la suya. Sus puntas habían logrado perforar la cota de malla, pero no el jubón acolchado que llevaba debajo, sin embargo, allí donde las fechas habían golpeado se había formado una delgada capa de hielo. Quincey comenzó a removerlas, y a injuriar en voz baja en contra de los jinetes fantasmas, y de las maldiciones que tanto les placía poner en sus armas.

-Incluso los animales saben lo que es el miedo, los jinetes de la Cacería Salvaje no- explicó Cedric, tras terminar de deshacerse de las flechas. -En sus mentes solo existen para desempeñar un rol en la cacería eterna, todas sus acciones están destinadas a ello. Puede que en ocasiones acepten contratos por parte de nobles inescrupulosos, pero el dinero no significa nada para ellos, salvo por el hecho de que les sirve para comprar armas. No tienen ningún objetivo más allá de seguir cazando.- Hizo una pausa y señaló con desprecio al cazador que Quincey acababa de matar -, incluso sus propias muertes forman parte de la cacería, las aceptan como el simple reconocimiento de que les tocó el rol de presa, y parten de este mundo alabando la gloria del depredador que logró superarlos.

La historia que ellos se contaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora