—Estás despedida.
Con esa frase en un tono de voz frío y desinteresado, Stefano se dirigió a su empleada, su actual muñequita, quien derramaba lágrimas pidiéndole perdón. El ambiente se notaba tenso y los otros empleados no hacían más que solo observar la escena frente a ellos.
A él no le importaba cuántas lágrimas derramara la muchacha, solo quería que ella se alejara de él, que se fuera lejos, que dejara de atemorizarlo como llevaba días haciendo, como había hecho esa misma tarde y en ese preciso momento.
—¡Por favor, señor, necesito el trabajo! —chilló ella.
—Lo lamento, firmaste un contrato y rompiste las reglas. No puedo hacer nada al respecto, ya no me sos de utilidad —Con un suspiro él se hizo a un lado mientras se acomodaba ese cabello rebelde que se le había ido hacia el rostro.
—¡Pero señor...!
La chica, llevada por su angustia, le tocó la espalda con desesperación y lo tomó de la ropa, buscaba que él la oyera, que la disculpara y poder seguir trabajando allí. Sin embargo, él se alejó de ella prácticamente de un salto que demostraba su propia desesperación. Stefano se mostraba aterrado, su corazón latía a una velocidad preocupante y, aunque intentó verla allí, solo podía ver cómo la habitación comenzaba a girar frente a sí. Sentía que las paredes buscaban aplastarlo y que su corazón saldría despedido de su pecho.
—¡¿Qué te dije?! ¡Es la segunda vez que lo hacés! ¡Estás despedida! El contrato se ha roto, ya no te necesito —chilló él y se alejó más, como si frente a sí estuviera un temible monstruo.
La muchacha continuó llorando, intentaba dar excusas a su comportamiento y por eso lo llenó de palabrerío que él consideró «barato», pero cuando intentó tocarlo de nuevo una de las mucamas la sujetó con fuerza. Presionó el brazo de la muñequita para evitar que continuara torturando a su jefe de esa forma, y por el mismo motivo –tratando de aligerar el ambiente tenso– intentó sacarla de la gran casa donde se encontraban.
—¡Estás loco, eso pasa, estás loco, Stefano! —gritó la muchacha, siendo empujada por la mucama.
—Marie, llevátela, por favor —le rogó él a la mucama.
Y así, entre gritos, insultos y lágrimas, la muchacha fue retirada del lugar. El mayordomo no dudó en escoltarlas para poder ayudarle con sus pertenencias que tenía en la casa por su trabajo como muñeca.
Dentro, Stefano continuaba perdido, sumergido en su propio temor, en una habitación que le daba vueltas y con su estómago revolviéndose de forma insoportable. Se dejó caer en el suelo y escondió su cabeza entre las rodillas como una forma vana de desaparecer del mundo. Sentía demasiado dolor en su interior, una presión en su pecho que lo estaba torturando, parecía desgarrarlo por dentro.
—Ailén... —susurró, y ante el silencio comenzó a gritar—. ¡Ailén!
—¿Qué desea, señor?
No levantó la vista para ver a la otra mucama que se mantenía a una distancia prudente de él y que, en una bandeja plateada, le acercaba un vaso con agua.
—Traeme la lista de posibles muñequitas, necesito encontrar una nueva, y pronto...
La mucama de grandes ojos café lo observó con pena, se mordió los labios como una forma de reprimir su impulso, pero fue en vano.
—Señor, no soy quien para decirle nada, pero creo que ya es suficiente.
—No —Stefano apretó los puños negando con la cabeza—. Necesito dejar todo atrás... Ailén, por favor. Traeme la lista de posibles muñequitas.
—¿Por qué no nos usa a nosotras? Lo conocemos mejor que nadie. —Sonrió como una forma de producirle confort y seguridad a su jefe, quien levantó la vista para verla—. Ya puede hablarnos, eso es un avance, ¿por qué no nos usa?
—No. Necesito alguna desconocida, con ustedes es fácil avanzar porque las conozco.
«Ya no soporto más... Necesito deshacerme de esto, necesito ser normal. Necesito llevar una vida normal.» Pensó.
—Pero...
—Quiero casarme algún día, quiero tener hijos, Ailén. ¿Podés entenderlo? Quiero ser normal...
Ailén tardó un rato en responder, sintió sus ojos llenarse de lágrimas y parpadeó rápidamente como una forma de deshacerse de estas y que, quizá, él no lo notara tanto.
—Usted es normal —añadió entonces.
—¡No soy normal! —Con furia, Stefano arrojó la bandeja lejos y el crujido del vaso partirse resonó sobre el metal—. No lo soy, Ailén.
Ella, sin más que agregar, sin una forma de reconfortarlo o hacerlo sentir normal, solo pudo agachar la cabeza y asentir.
—Le traeré la lista de posibles muñequitas. ¿Algo más que desee?
ESTÁS LEYENDO
Muñequita [ #1 COMPLETA ]
General FictionSuperar los miedos y olvidar el pasado puede ser muy difícil, pero superar el miedo a las mujeres puede ser casi imposible... FECHA DE PUBLICACIÓN AÑO 2014