Capítulo N° 47

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Algo en la conversación encendió una tecla bloqueada en su mente, que trajo consigo un recuerdo tan vívido que solo pudo quedarse inmóvil y con sus gestos consternados allí frente a la terapeuta.

Recordaba los agudos y ensordecedores gritos de su madre, el tartamudeo tímido de su padre. Recordó el sonido de cristales romperse e incluso la sensación de sus pies descalzos al correr hacia la cocina. Recordaba a su padre que se cubría el rostro con los brazos y cientos de trozos de vidrio de vasos y platos que lo rodeaban. El rostro enrojecido y furioso de su madre al arrojarle más vasos y platos que se partían contra su cuerpo.

—¡La vida de todos sería mejor si hubieras estado dentro del auto cuando los pelotudos de tus padres chocaron! ¡Inútil de mierda! —había gritado Andrea al arrojarle otro objeto.

Y Bianca allí, pequeña y con sus pies fríos por las cerámicas del suelo, viendo el rostro aterrado de su padre. Recordó también a su hermana que la tomó de la mano para sacarla de ahí y que no pudiera continuar viendo la pelea. Sin embargo Bianca se había zafado de su agarre y corrió hacia el patio, sintiendo el césped que le hacía picar los pies. Con los gritos de Melanie por detrás, Bianca se trepó a ese gran árbol que había en el fondo. Colocó sus manos y pies en cada zona estratégica que le permitía trepar más y más alto, hasta quedarse cerca de la copa hecha un ovillo.

—¡Bianca, te vas a caer! —gritó Melanie.

—¡No voy a bajar, voy a vivir acá arriba por siempre!

—¡Voy a decirle a papá!

Y Melanie corrió de regreso a la casa, al caos mismo, a esas llamas infernales que vivían constantemente. Pero Bianca no se movió, abrazaba sus piernas con la vista fija en el atardecer a lo lejos.

Le gustaba ese lugar, porque desde el árbol podía ver la casa de Hernán, podía ver las flores de su jardín y, a veces, con el viento llegaba el sonido del bandoneón del tío Leo. Y sin importar lo que su padre estuviera haciendo, si ella se trepaba al árbol y no conseguía bajar, él dejaba todo a un lado para ir hacia ella.

Bianca se trepaba, entonces, cada vez más seguido.

—¡Bianca, amor, no te muevas de ahí! —dijo Guillermo mientras se trepaba con mucho esfuerzo.

—¡Me voy a quedar por siempre acá!

—Está bien, pero no te muevas.

Ella continuó mirando el cielo anaranjado que poco a poco se convertía en violeta oscuro, y luego en un azul tan profundo que se fundía con la noche. Oyó el esfuerzo que hacía su padre por subirse y dirigió su mirada hacia allí. Guillermo era fuerte y muy atlético, para Bianca él se veía como un superhéroe, fuerte e invencible.

—No puedo subir más, hija, ¿querés venir acá conmigo? —Guillermo palmeó una fuerte rama donde se había acomodado.

Bianca lo miró con desconfianza pero comenzó a bajar poco a poco hacia allí, aceptando la fuerte y segura mano que él le estaba extendiendo. Luego se acomodó junto a él y se asustó al ver que tenía un corte junto al labio con una gota de sangre, también otro bajo el ojo y en la sien. Entonces Bianca comenzó a llorar con fuerza, porque su papá estaba lastimado.

Guille se dio cuenta enseguida de que estaba asustada, así que se limpió muy rápido con las manos y la abrazó.

—Está bien, amor, podemos quedarnos un rato acá arriba. Te gusta mucho este árbol, ¿quéno? —dijo con una sonrisa y le dio un beso en la frente—. Todo está bien, hija.

—No me gusta que mamá grite…

—Mamá solo está un poco nerviosa, ya se le va a pasar y va a ser tu linda mami de siempre —dijo con voz suave, sin dejar de hacerle caricias—. A veces la gente grande tiene días malos y se ponen nerviosos.

Muñequita [ #1 COMPLETA ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora