Capítulo N° 7.

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Stefano caminaba de un lado a otro en el pasillo frente al cuarto de Bianca, el que le prepararon en su hogar para cuando requiriera quedarse o cambiarse de vestimenta. Con ansiedad, miraba su reloj a cada instante, estaba apurado y ella lo estaba retrasando, y si había algo que Stefano detestaba en el mundo era la impuntualidad.

De vez en cuando, como forma de distraerse y hacer pasar el tiempo, se concentraba en mirarse el cabello en el espejo del pasillo, el barbero se lo había dejado a su gusto. Se acomodó el traje gris por quinta vez y arregló el cuello de su camisa por tercera, y –debido al pedido de Bianca– se aseguró de que su corbata vino se le viera bien. No estaba acostumbrado a utilizar colores tan llamativos, y temía que sus amigos le hicieran algún comentario al respecto, pero Bianca le había pedido con mucho cariño que escogiera esa corbata.

Miró nuevamente el reloj en su muñeca y comenzó a golpear la puerta de la muchacha.

—¡¿Pueden esperar?! ¡No me apures! —le gritó Bianca desde adentro.

—¡Estamos llegando diez minutos tarde! —se quejó Stefano casi entre dientes.

—¡Son diez malditos minutos, carajo! ¡Eso no mata a nadie!

—A mí me vas a terminar matando vos algún día...

Se refregó el rostro con nervios, no podía dejar de caminar de un lado a otro. Llevaba ya casi dos meses –le falta una semana para cumplir el nuevo mes– trabajando con ella, y aunque sí lograba buenos avances en él, a la vez lo desesperaba con su impuntualidad y su vocabulario. Él odiaba la impuntualidad, le producía ansiedad y le era inevitable comenzar a rascarse por los nervios cuando notaba que llegaría tarde a algún lado. Sentía que si Bianca seguía retrasándolo terminaría por morir de un infarto allí mismo.

—¡¿Realmente querés que me ponga esta cosa?! —gritó Bianca nuevamente.

—¡Sí, es una cena elegante, así que apurate!

—¡No te rías de mí, ¿eh?!

Bianca abrió la puerta luego de tanto suspenso, lucía un bello y largo vestido rojo que marcaba sus curvas y dejaba sus hombros descubiertos, el cual tenía un tajo al costado que hacía sobresalir una de sus piernas y mostraba su espalda descubierta –de donde colgaba una cadena de oro–. Llevaba su cabello suelto y con apenas unas ondas que había creado con la planchita, y se había preocupado mucho por arreglar y perfeccionar su maquillaje, pero sin lápiz labial. No importaba cuánto se lo pidiera Stefano, ella no pensaba pintarse los labios jamás.

Stefano solo se quedó gélido allí, la miraba de arriba hacia abajo casi boquiabierto. Por instantes no dijo nada, solo la observó y tragó en seco, si en algún momento había pensado que Melanie era más bella que Bianca, entonces se había equivocado, y mucho. Ese fue su pensamiento.

Muñequita [ #1 COMPLETA ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora