Capítulo N° 40

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Mientras Guille preparaba la cena, con ayuda de Luciano a su lado que era el encargado de lavar y picar las verduras, Hernán intentaba distraerse al poner algo de orden en la casa, pues Bianca le había avisado que iría Lucía a cenar. Ella no había querido salir de su habitación y Marie iba y venía por la casa para llevarle agua o algo de comer. Bianca no había comido casi nada en todo el día, pero por insistencia de su amiga tomaba té o comía algún que otro bocado de manzana.

Hernán ingresó en la cocina para ver si podía ser de utilidad allí, pero parecía que todo estaba en orden y por ello se sentó a la mesa. Desde su posición observó a Guille revolver la salsa, mientras que Luciano acomodaba la vajilla seca en la alacena. Guille se veía cansado y tenía una extraña expresión de melancolía en el rostro, pues de a ratos lo veía triste, de a ratos preocupado y en otras ocasiones parecía sumergido en sus propios pensamientos, como si se estuviese ahogando en un gran mar oscuro.

―Chicos ―comenzó a decir Guille luego de soltar un suspiro―, necesito que uno de ustedes se quede esta noche. Si tomo los medicamentos es probable que duerma profundamente y necesito saber que Bianca va a estar bien porque tengo que tomar los medicamentos, si no lo hago... tengo que hacerlo, y necesito que ante cualquier cosa haya alguien alerta. ¿Se entiende?

Giró para ver a ambos muchachos. Hernán tenía ojeras marcadas bajo los ojos enrojecidos por el cansancio, los cuales se refregaba con un bostezo, él no había dormido en toda la noche. Luego miró a Luciano, era tranquilo y sabía cómo hablarle a Bianca para no alterarla, podía ser protector pero también comprensivo, y estaba más descansado.

―Yo puedo quedarme ―dijo Luciano con un suspiro―. Hernán no durmió nada y no puede estar otra noche así, en casa no me esperan y yo... lamentablemente tengo experiencia hablando con... ya sabe...

―No quiero irme, tío ―dijo Hernán con un gesto triste.

Guille se acercó a él solo para depositar con suavidad la mano en su espalda, de forma comprensiva y afectuosa.

―Tenés que descansar, te vas a enfermar si vos te quedas otra noche sin dormir. Mañana pueden intercambiar puestos, mañana puedes quedarte si vos quieres. ¿Sí? Pero necesito que estés fresco, tranquilo y que duermas un poco.

Hernán se mordió los labios y debió parpadear un par de veces porque sus ojos se habían llenado de lágrimas. Su respiración se hizo menos rítmica, entrecortada, y sus latidos estaban acelerados.

―Vos no estabas, no sabés lo que era... ver a Mela tan mal, verla encerrarse así y llorar por horas, y luego por todo el dolor sumergirse en alcohol ―dijo con angustia en su voz―. No te estoy recriminando, pero no quiero volver a ver eso, no quiero ver cómo mi amiga se pudre de a poco por la tristeza y tener que luego sacarla de un profundo pozo, no quiero que la historia se repita.

―Hernán...

―Yo tuve que volverme un hombre para protegerlas y tenía doce años, tuve que ser esta bestia dura y maleducada que soy para tomar la mano de Melanie todo el tiempo y arrastrarla del pozo en el que se estaba hundiendo, y ni con mis mejores esfuerzos lo logré porque era un maldito niño inútil. Tuve que pelearme con tipos y aprender a recibir golpes, a darlos y a terminar en la comisaría varias veces, y tuve que ser esto que soy para poder sostener a Bianca y evitar que ella se caiga también. Y no quiero... pasar todo eso otra vez con ella, si se lanza a ese pozo y no puedo salvarla, yo... ¿yo qué voy a hacer? No pude con Mela, si no puedo con Bianca... ¿qué voy a hacer?

Su respiración había comenzado a acelerarse, pero se cubrió el rostro para resistir el impulso de llorar y ser fuerte, como lo había sido por tantos años para sostener a su mejor amiga.

Muñequita [ #1 COMPLETA ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora