MIS PESADILLAS
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Dos años atrás. Phoenix, Arizona.
Había soñado con ser el héroe de esas películas de acción que tanto había mirado junto a Gabriel, él había sido un gran ejemplo de hermano mayor y desde que mamá nos abandonó por irse con otro hombre ha sido complicado sobrellevar las cosas en casa, no podíamos abandonar a Audrey cuando ella se fue, los tres hombres de la casa nos hicimos cargo de una niña de cinco años cuando ella decidió irse, hace siete años atrás.
Mamá había sido buena, ni siquiera nos imaginamos que ella fuera capaz de hacer algo como eso, nada justifica su abandono, por más razones que ella quiera dar... si se digna en aparecer, no son válidas. Audrey era una niña de preescolar, yo tenía catorce años y Gabriel diecinueve, él ni siquiera pudo resentir algo como eso porque se fue a Tucson a estudiar la carrera de medicina.
Para papá no fue fácil, dejó en claro las cosas y obtuvo la custodia de sus tres hijos porque mamá ni siquiera fue encontrada en el estado de Arizona para dar frente a lo que papá estaba apunto de hacer.
Cerré los ojos con fuerza al recordar ese momento, recordé los gritos de papá, eran de reproche, mamá también gritaba y gritaba ya no amarlo, y cada palabra era como una daga en mi corazón. Habían pasado siete años y aun dolía, dolía que papá no quisiera mirarme a la cara durante días porque tenía vergüenza de lo que mamá le había gritado, los gritos se escuchaban por toda la casa y él era consciente. Esa noche la pasé en el cuarto de Audrey procurando que no despertara.
A papá le ha tomado bastante tiempo recuperarse, pero ha sabido llevar bien las cosas. Con Audrey que ya se puede valer por sí sola ha sido mejor. Por ello cuando le pregunté si era capaz de soportar que yo me mudara a un departamento con Lauren, mi novia, no se negó a la idea. De hecho hasta me hizo prometerle que se quedaría con mi habitación.
Hace un año y medio que me mudé con Lauren, hace medio año que comenzaron los problemas... Hace medio año perdimos a nuestro hijo.
—Lauren... Por favor... —supliqué, mirando a la castaña tomar una prenda del armario y echarla a la maleta que tenía sobre la cama. Nuestra cama.
—No hagamos esto más difícil —dijo, limpiando una lágrima traicionera de su mejilla.
Para nosotros no era fácil, nunca lo fue. Lauren tenía tres meses de embarazo cuando nos decidimos a mudar todo a un departamento que alquilé con lo poco que ganaba vendiendo las pinturas que elaboraba, podía seguir en la universidad por la beca completa que había obtenido, y podíamos seguir bien, hasta la llegada de Nathan.
El doce de agosto.
Un pequeño bebé que pesó 7.4 libras y midió 18 pulgadas. Recuerdo mucho de Nathan, como que tenía muchos rasgos físicos míos y de ella, que sería un bebé pelinegro porque los dos lo éramos, su cabello liso y rebelde como el de ella, la nariz respingona de Lauren y los ojos tan azules que había heredado por parte de mi padre, sin duda Nate, como lo llamábamos, era un bebé afortunado de tenernos a ambos.
—Te amo, Lauren... No me dejes —solté, con la voz quebrada que ella lo notó. Creo que eso terminó por quebrarla más y soltó un sollozo ahogado.
La primera vez que vi a Lauren llorar fue en el nacimiento de nuestro hijo, siempre había sido una persona feliz, yo le brindaba esa felicidad, ella aseguraba que lloraba por la felicidad de haber cumplido con eso que tanto anheló, una familia. Éramos una familia, sin duda.

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Sueños rotos [COMPLETA]
Lãng mạnEmmaline Prescott lo tenía todo. Los mejores hermanos del mundo. Dos padres que se aman. Un novio excepcional. También tenía sueños que estarían a punto de cumplirse. Era la mejor bailarina de su clase de ballet. Tenía el pase directo a Juilliard...