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LA VERDAD

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A L E C 


¿Aún podía respirar?

No sabía cómo lo hacía desde que ella se fue, incluso intenté contactarla, pero me abstuve de hacerlo porque ningún milagro haría que ella quisiera verme en esos momentos, le di su espacio, le permití enojarse conmigo pero necesitaba estar con ella porque dentro de su vientre estaba nuestro hijo. Alguien que era inocente de todo lo que yo le hice a Emma.

Sabía que le mentí.

Me dolía el pecho, porque desde que se fue sentí como mi corazón se rompió en mil pedazos.

Miré el cuadro con su rostro plasmado y seguí llorando como niño pequeño. La culpa me estaba consumiendo, ver su rostro lleno de miedo por descubrir la verdad, sus ojos llenos de lágrimas por el dolor que le estaba causando de nuevo, sus mejillas encendidas junto a su nariz, ese hermoso rostro lleno de dolor.

Bebí de mi botella y más lágrimas cayeron sobre mi rostro.

Sus ojos azules los extrañaba.

Su boquita rosada y fruncida por algún berrinche. Mi rostro se llenó de pánico cuando la vi tan destrozada, sentí que su cordura se perdería y que ella no podría salir de ésta.

Desde que la dejé sola como me lo pidió me lo he estado lamentando, extraño ver a mi pequeña pelirroja ir por aquí y por allá con su sonrisa traviesa mientras cocinaba o hacía cualquier actividad que se relacionara con ella intentando hacer travesuras.

Ahora lo único que me importaba es saber que me odia, que no quiere verme y que lo único que quiere es estar alejada de mí por el bien de nuestro pequeño bebé. Me importaban los dos porque ese pequeño que crecía en el vientre de Emma era lo único bueno que resultó de nosotros dos, era la única luz de esperanza que tenía para que mi vida no se fuera al demonio otra vez.

Cuando supe que se había ido sin decir a donde sentí que mi corazón se rompería por todo lo que había perdido, Audrey fue quien me lo dijo. Me dijo que cuando pasó a buscarla para saber cómo estaba y que no la encontró, se me fue el corazón al piso al saber que no soportó estar erca de mí.

Intento pensar en los lugares que ella pudiera estar, pero ninguno se me viene a la mente, no tenía ni idea de adónde pudo haber ido y tampoco tengo idea de con quién pudiera estar. Me había hecho una lista de los posibles lugares, pero en ninguno estaba. Hablé con sus padres después y ni siquiera ellos lo sabía, el señor Prescott me dijo que solo dejó una carta en la que se disculpaba por no poder estar en los ultimos momentos con él, pero ese no era el punto de todo.

Desde que ella se enteró que su padre estaba enfermo podría haber adivinado que ella no quería estar presenciando como su padre se iba de poco a poco, incluso pude haberle suerido yo mismo la idea de no irse y decirle que estaba mal no estar presente, pero en estos momentos no era su persona favorita, incluso creía que ella me odiaba con todo su ser. Era de creerse porque ella me repitió varias veces que odiaba a la persona que fue responsable de su accidente con Gerard. Era por eso que la dejé irse, no quería ver su odia contra mí en sus ojos, y mucho menos sentir que ese amor que ella me tenía ya se había acado.

La puerta del estudio se abrió, dejando ver a mi padre con dos vasos de café.

—¿Otra vez con una botella, Alec?

Sonreí con ironía, ya no sabía cuántas botellas llevaba desde que decidí encerrarme en el estudio, desde que mi padre supo de mi paradero se encargó de traerme de comer y vestir, pero ya no quería quedarme más tiempo viviendo como un miserable aquí. Solté el aire cuando lo miré acercarse hasta a mí para quitarmela de encima. Miré la hoja que sotenía en sus manos y fruncí el ceño, mi padre se sentó junto a mí y me mostró lo que había. Era la base de un cheque, y una carta de renuncia.

Sueños rotos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora