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LA CHICA QUE QUIERO

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A L E C



Enderecé la corbata de moño que llevaba puesta, y también fruncí el ceño al verme tan diferenta a lo que acostumbraba. No era la clase de hombre que usara esmoquin cada fin de semana o en cualquier evento familiar. Antes, cuando era más joven y no era una mierda tan grande, asistía a los eventos que la representante de papá organizaba para exhibir sus cuadros en grandes salones de la ciudad o a todos nos arrastraba hasta Nueva York mayormente.

Audrey por su parte, era una niña aun y solo le maravillaba el hecho de ir a la gran ciudad, en cambio yo no. Siempre fui rebelde, como por ejemplo en esas galas yo era al chico que se ponía unos jeans oscuros y una chaqueta de cuero negra, siempre con las manos metidas en los bolsillos de mis pantalones mientras admiraba cada línea trazada por mi padre.

Lo admiraba.

Papá siempre supo sacarle provecho a su talento, me decía que las almas gemelas existían y ese siempre el lema que utilizaba. Cuando mamá se fue, él me lo dijo.

«—Las almas gemelas existen, y tu madre no era la mía, algún día me reencontraré con la mía como seguramente ella ya encontró a la suya.»

Sí, papá no estaba loco, él era muy tenaz respecto a eso.

—¡Alec! —Audrey entró a la que era mi antigua habitación, me giré un poco serio porque la maldita corbata no quería estar en su lugar como debía—. Papá dice que ya casi es hora, Gabriel está en la sala y parece que se va a desmayar.

Eso no pudo evitar que me sacara una sonrisa. Me imaginaba los nervios de mi hermano, la noche anterior me había comentado que tenía miedo a fracasar como esposo, que tenía miedo que Josselyne se cansara de él por no querer tener bebés por la profesión que habían elegido. Ellos tomaron ese acuerdo, no entendía porqué ella se cansaría.

—Ya casi bajo —le dije. Ajusté de nuevo la corbata y no cooperó—. ¡Joder!

—¿Te ayudo? —preguntó mi hermanita mientras entraba por completo a la habitación.

—Por favor.

Audrey tomó los dos extremos del moño y también tardó un poco pero ella sí consiguió el resultado que quería. Mi hermana se mordió los labios reprimiendo la sonrisa de suficiencia que tenía en el rostro, ella era una adolescente demasiado consentida si me lo preguntaban, pero también era demasiado centrada y responsable con sus cosas. Mi padre había logrado educar a una chica demasiado inteligente y sociable, en eso Matthew Evans se llevaba todos los créditos.

—Ya hay que bajar —le dije, empujándola por la espalda para poder cerrar la puerta de la habitación detrás de mí.

—¿Gabe no se va a desmayar? Es que quisiera ver eso y grabarlo.

Solté una carcajada terminando de bajar las escaleras de la casa junto a ella.

—No creo que eso suceda. Después de todo es Neurólogo y sabe mucho del cerebro, y sería el colmo que no pudiera controlar sus propios nervios.

—Cállate imbécil —gruñó mi hermano mientras se frotaba ambas manos.

Gabriel llevaba un traje sastre de color gris a su talla, gracias a Dios que con los nervios no engordó porque sería bueno de verlo frustrarse por no entrar en su propio traje. La flor que llevaba sobre la solapa a su lado izquierdo era clásica de color rosa, iba acompañada de algunas pequeñas flores que no tenía ni idea de dónde había conseguido Jossie la idea.

Sueños rotos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora