Capítulo 30

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Nunca había tenido problemas con mi pelo.

Cuando digo mi pelo digo también mis ojos, por supuesto.

Los metamorfomagos podemos cambiar nuestra apariencia a voluntad (hasta de sexo, una vez lo hice. Fue extraño. Larga historia) y generalmente las emociones nos cambian el color de pelo u ojos. Cada metamorfomago tiene sus colores para cuando esta triste, alegre, preocupado o asustado. 

Desde pequeña aprendí a controlar los cambios. No solamente porque vivía en el mundo muggle y me podían mirar raro, si no porque a mi padre solo le gustaba la magia si podía llevar dinero a casa. 

Por eso me extrañó tener el pelo rojo al mirarme al espejo ese día. Ya llevaba unos días extraños;  primero soñaba con el beso (eso no es reprochable, James besa malditamente bien) y cada vez que soñaba eso o lo recordaba, me cambiaba el color de pelo. Como cuando lo besé.

La verdad es que el color de los ojos no me preocupaba, sabía perfectamente que variaba y que la gente no se daba cuenta (en general la gente es poco observadora y muy pocas veces mira los ojos). Pero el pelo se notaba mucho y lo último que quería era que la gente fuera viendo mi estado de ánimo por el color de mi pelo.

Y encima rojo. No es que no me guste el rojo (hoy en día ya me he acostumbrado), si no que era un rojo antinatural. Muy rojo. Como si mi cabello fuera lava a la que acabaran de encender.

Mirándome en el espejo del cuarto de baño, intentaba cambiarme el color de pelo por millonésima vez desde las últimas semanas. Que Anne estuviera afuera cantando la canción de los monos de El Libro de la Selva no ayudaba mucho. En serio, ¿por qué las paredes no podían ser insonoras?

-Yo quiero ser hombre como tu y en la ciudad gozar, como hombre yo quiero vivir, ser un mono me va a aburrir -cantaba y empezaba de nuevo a dar alaridos con el estribillo- O dubi duuu quiero ser como tuuu, quiero andar como tu, andar como tu dubi dubi du ba du, a tu salud, o dímelo a mi si el fuego aquí me lo traerías tuuu... -luego James decía que no tenía futuro en el mundo de la música. 

Aparte de mi pelo tampoco había dejado de pensar en James. Pensé que eso era normal después del beso que nos habíamos dado en la Casa de los Gritos. Todo volvía a ser como antes, juntos en clases pero en universos separados. Él con sus bromas, castigos y su grupo de amigos, y yo con mi deberes, problemas y amigos sobreprotectores. Todo normal.

Era deprimente.

Quería besarlo de nuevo. Muchas veces de hecho. Pero también quería conservar lo poco que me quedaba de dignidad.

-A mi no me engañas Mowgli, un trato hicimos yo y tu, y dame luego la voz del hombre el fuego para ser como tu...

-¡Sarah! ¡Sal antes de que cometa un asesinato!

Sonreí al oír a Diana gritar. Todo, en efecto, era como antes.

-Si es a Anne no me habría importado quedarme un rato más dentro -comenté saliendo después de volver a poner mi pelo negro.

Diana elevó la comisura derecha del labio en una especie de sonrisa. Llevaba unos día bastante deprimida, como casi siempre que recibía carta de sus padres. 

-O dubi duuuu -siguió Diana demasiado metida en su canción como para escucharnos- quiero ser como tuuu -Anne nos hizo una exagerada reverencia y terminó de ponerse la capa- quiero andar como tu andar como tu -la chica salió por la puerta saltando y cantando a la vez- dubi dubi du ba du a tu saluuud...

Diana y yo intercambiamos una mirada.

-¿Se ha reconciliado con Paul?

-Sí.

Tras el Andén 9 y 3/4 (James Sirius Potter)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora