Tras el Andén 9 y 3/4 (James Sirius Potter)

Capítulo 37

Querido Brian:

Cambio de opinión, el sujeto 2 no sirve, demasiado rebelde...

Querido Brian:

Ninguno parece muy adecuado, creo que ya puedo empezar. No te preocupes, no se enterarán.

Querid....

Brian:

Ya lo tengo, creo. Al final de curso aproximadamente tendremos todos los datos y al sujeto ele...

En ese momento adoré las manchas de tinta.

Sin esas manchas de tintas en los pergaminos, estos no estarían en la papelera y no habrían llegado a nuestras manos.

-¿Por qué me siento como si mis hermanos y yo fuéramos ratas de laboratorio a las que hay que evaluar y elegir para algo posiblemente malo?

-Porque es como si tus hermanos y tú fueseis ratas de laboratorio a las que hay que evaluar y elegir para algo posiblemente malo.

James hizo una mueca.

-Gracias, chica que no me quiere decir su segundo nombre, -replicó irónico- el sueño de mi vida es que me dijeras eso.

Sonreí levemente.

-Entonces de nada por cumplírtelo.

James rió provocando un revoltijo de algos en mi estómago. Luego se puso serio, aunque todavía tenía la sombra de la sonrisa en los labios.

Quería besar esos labios.

-¿Qué hacemos ahora, chica que no me quiere decir su segundo nombre?

Besarnos.

No hay que negar que la opción era magnífica aunque obviamente no lo dije. 

Me encogí de hombros mirando la agradable sala de estar que había creado James con la llamada Sala de los Menesteres. Una sala fantástica, daba de todo menos comida. Estábamos en un pequeño saloncito con un alegre fuego chisporreando en la chimenea y los dos sentados juntos en el sofá. Quizá lo único que estropeaba un poco el ambiente era los colores de Gryffindor pulcramente colocados por las paredes y en los que no había tenido ganas de discutir.

James me había asaltado en un pasillo, camino a mi Sala Común, diciéndome que me iba a enseñar uno de los grandes secretos de Hogwarts. Y ahí estábamos.

-Podríamos volver a nuestras salas comunes y pensar -sugerí sin ideas.

-¿Pensar en que se nos acaba el tiempo? Gracias eso ya lo sé.

Le fulminé con la mirada, entendía que estaba un poco desesperado pero que no me faltara al respeto (o al poco que me quedaba).

-Esta bien, esta bien -se disculpó cogiendo mi mano y dándome un pequeño masaje- lo siento. Estoy un poco nervioso -y me sonrió sinceramente.

Maldita sonrisa. Era demasiado injusto que tuviese que devolvérsela casi por inercia.

-¿Qué tal estas? -preguntó al rato.

Casi me caigo del sillón. Que yo recordara era la primera vez que me hacía esa pregunta sin ninguna segunda intención o con tono burlón... o sencillamente la pregunta, solo la pregunta sincera.