Capítulo 31 - Me parezco a mi padre

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Naruto

Una semana había pasado desde que había hecho la entrevista de selección y aún no tenía noticias. Tampoco había vuelto a saber de Hinata. Quería quedar con ella de nuevo, había sido una noche genial, y quería conocerla mucho más. Esa chica me había hecho sentirme completo cuando apenas habíamos compartido momentos juntos, aunque por suerte para mí la lista parecía ir en aumento. Quería llamarla, pero siempre me arrepentía en el último momento y dejaba el teléfono de nuevo sobre la mesa. No sabía exactamente qué me pasaba con ella, pero prácticamente no podía dejar de pensar en ella, en su pelo, en su olor, en como me pedía por más aquella noche... Vale, tenía que parar o si no iba a pasarlo mal. Era un idiota, porque cada vez que quería llamarla mis manos sudaban y mi mente empezaba a idear mil excusas para no hacerlo. Tenía claro que ella también tenía cosas de las que preocuparse y no quería molestarla, pero una llamada no podía estorbarle tanto, ¿o sí? Al final, mis dudas siempre ganaban. Mi único consuelo era Konohamaru. Confiaba en que se pasase un día por la empresa a ver a su abuelo y así poder preguntarle por ella, pero eso tampoco había ocurrido. Normalmente se pasaba por aquí varias veces a la semana, pero ahora no sabía nada de él. Le había escrito hacía unos minutos, pero seguía sin tener respuesta.

Mientras, yo seguía trabajando en la empresa de Sarutobi. El viejo también había cambiado demasiado, incluso evitaba mirarme. Me daba la sensación de que se sentía culpable por lo que le había hecho a su hijo. Aún así, yo no era quien para juzgarle e intentaba comportarme como siempre con él, pero no había forma de que sonriese. Todo me estaba resultando extraño.

Por suerte, una semana después la tan ansiada llamada llegó. Me habían aceptado y querían hacerme una última entrevista. Avisé al viejo y por fin sonrió, asegurando que estaba convencido de que lo conseguiría. Además, me pidió que le llevase un paquete a mi futuro jefe. Mi madre también se alegró cuando se lo conté, pero algo le estaba ocurriendo. No me lo quería decir, pero tarde o temprano me enteraría. Al menos, en eso confiaba.

También pude hablar con Konohamaru, el cual me contó que las cosas se habían torcido demasiado. Hanabi había perdido al bebé y eso les había afectado mucho. Tal vez era lo mejor, ya que aún eran muy jóvenes, pero eso no impedía que quisieran a su hijo y que llorasen su muerte. De eso habían pasado ya dos semanas y Konohamaru se pasaba todo el tiempo que podía con ella. Al enterarme de eso decidí escribir a Hinata, ya definitivamente, pero su respuesta fue muy escueta. Eso no hizo más que comentar mis dudas y no quise insistir. No sabía si eso le molestaría o no, así que lo dejé estar. Yo también tenía mis propias preocupaciones, aunque no eran comparables.

Aparqué el coche en el estacionamiento de la compañía Hokage y me dispuse a entrar en esa gran empresa. La recepcionista me saludó cuando me presenté y me sonrió cálidamente. Me recordaba de las entrevistas y lo cierto es que su cara también me sonaba. Me informó de que tenía cita en quince minutos, pero que antes el jefe quería verme y que no tenía que preocuparme si llegaba tarde. Normal, cualquiera se pondría a echarle la bronca al jefe. Me indicó cuál era su despacho y yo seguí sus instrucciones al pie de la letra. En esos instantes me encontraba en la última planta del gran edificio, en frente del despacho de mi jefe. Una placa rezaba junto a la puerta, informándome de su nombre, aunque yo ya lo sabía.

Cuando entré, me llevé una sorpresa. Un hombre de no más de cuarenta y cinco años hablaba por teléfono. A contra luz no le distinguía bien, pero su voz me indicaba que no era el viejo que había esperado encontrar. Quizás estaba influenciado por Hiruzen y por Jiraya, quien sabe, pero me llevé una grata sorpresa.

-Ahora hablamos -le dijo a su interlocutor-. Hola, tú debes de ser Na...

Pero sus palabras murieron mientras yo recordaba la única certeza que había tenido durante toda mi vida: me parecía a mi padre. Él también debió ver lo mismo que estaba viendo yo, porque no era capaz de hablar. La misma tonalidad de azul en nuestros ojos y el pelo rubio, acompañado de la misma piel tostada. Quizás era solo una coincidencia, pero era demasiado extraña.

Libertad (Naruhina AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora