Y lo mandas todo a la mierda

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Craig llegó a casa sumido en el sopor de la culpabilidad y el desconcierto. Sensaciones que eran increíble pensar que hace unos meses jamás las hubiese padecido, hoy en día se estaban haciendo algo común en la vida del muchacho.

Pudo haber pasado a su cuarto sin pena ni gloria, de no ser porque los gritos de Clyde lo sacaron de su trance.

—¡¿Dónde demonios estabas, Tucker?! —demandó el castaño, llegando a él—. ¡Te estuve marcando y no contestaste! Mira que no me importa que hagas con tu vida, pero al menos ten la decencia de decir que no vas a pasar la noche en casa —Clyde continuaba riñéndole, claramente molesto, sin darse cuenta del claro decaimiento en Craig—. ¿Viste la hora? Tu madre marcó y tuve que inventarle una excusa.

No obstante, el agudo sosiego provocó preocupación en Clyde. En lugar de haberle bramado a Clyde que no se entrometiera en sus asuntos lo hizo pensar. ¿Por qué? ¿Por qué había estado fuera? ¿Por qué simplemente fue, sin decir nada?

Clyde sabía que la respuesta incluía a un individuo relativamente cercano.

Alguien que había colocado el mundo de Craig de cabeza.

Sin embargo, a juzgar por el aspecto abatido del azabache, supuso que no pasaron cosas exactamente positivas.

—Oye, ¿estás bien? —Clyde se acercó, los párpados de Craig se mantenían abajo, perdidos en algún lugar de la habitación.

No hubo respuesta.

—¿Qué sucedió? —presionó el castaño, obligando al moreno a tomar asiento en el comedor. Craig simplemente murmuraba incoherencias entre dientes. De lo que llegó a reconocer el castaño fueron maldiciones e insultos.

Aunque no exactamente dirigidos a su persona.

Sin más alternativa, decidió fijarse en el aspecto físico de su amigo. La ropa estaba igual, limpia. Demasiado limpia. Probablemente, donde había pasado la noche, Craig tomó una ducha. Clyde relajó sus hombros, agudizando la vista. Al observar detalladamente en las duras facciones de Craig, se fijó en la hinchazón de sus labios, el tono rojizo y natural resaltaban estimulo reciente. Su mente hizo cortocircuito.

Oh.


—Así que... —Clyde se anticipó—. ¿Pasaste la noche con Tweek?


En respuesta, Craig azotó su cabeza contra la mesa, vaciando su frustración sobre la madera y el mantel. El castaño no pudo evitar hacer un gesto de dolor ante el crujido. Sin embargo, parecía que el azabache no tenía suficiente con ello, así que repitió el golpe sin mucha diferencia de fuerza que el anterior.


—¿Puedes creer que mi prima es la mejor amiga de ese estúpido ciego? —Craig gruñó con desprecio. Clyde se alivió de que podía hablar el tema con él; el sentimiento de alivio no fue muy duradero al momento de ponerse en situación.


—¡¿Red?! —exclamó.


—Sí, yo estaba igual de sorprendido —Craig comenzaba a sentir el dolor agudo disipándose en su frente por los azotes, continuó—. Quiero decir, sé que Rebecca se mudó a Denver, pero, ¿en serio? ¿Qué tan jodidamente pequeño es el mundo?


—Al parecer mucho —Clyde se sentó a su lado, en una de las sillas—, pero no entiendo por qué te molesta tanto eso.


—¿Cómo que no entiendes? Es obvio, es... una idiota —gruñó Craig con amargura en la lengua—. Además de que fue el gran amor de instituto de Tweek.


—Aww.


—No Clyde, no es lindo —dijo, enojándose—. Es jodidamente molesto ver como Red está flotando en su alrededor, coqueteándole cada vez que tiene la oportunidad, porque sabe que Tweek no es inmune a sus encantos.

Lo que me faltabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora