Confesiones en la madrugada (Parte I)

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Una vez que ambos chicos se hallaban en una posición cómoda, uno frente al otro, sentados, y con las piernas cruzadas, Craig comenzó a sentir el nerviosismo revolverse en su interior agudamente.

¿Cómo comenzar? ¿Qué decir primero?

—Yo...

Por alguna razón, las palabras no estaban en su total control en ese momento y por consecuencia, los balbuceos no se hicieron esperar.

—Hey, tranquilo —interrumpió Tweek, tomando su mano, calmándolo—. Recuerda que seguiré estando muy enamorado de ti sin importar lo que haya pasado, ¿de acuerdo?

Craig aspiró profundamente, justo como Tweek le había enseñado.
Estaba listo.

«Mi juventud no fue algo de lo que haya podido pasar con pena ni gloria.

A decir verdad, últimamente me doy cuenta de que actuaba en piloto automático. Mi vida se basaba en porciones justas y tiempos contados, todo cumplido de manera perfecta.

Comía porque tenía que hacerlo, dormía y despertaba sin complejidades, convivía por mero deber.

Mis pasatiempos jamás me llenaron de la manera en que ahora lo hacen.

A pesar de ello, supuestamente sabía qué era lo que la gente esperaba de mí, escuchar atentamente, no insultar a los mayores, tener modales impecables. Pero jamás entendí por qué.

¿Por qué habría de ser amable? ¿Por qué ciertas cosas no debían decirse por la sensibilidad ajena? ¿Cuál era el fin? ¿No se supone que siempre se debía decir la verdad?

Entonces, si una chica era fea tenía que decírselo, ¿no?

Y eso remonta a mis últimos años en octavo grado.

Por alguna razón, había gente que aún se empeñaba en estar conmigo, a pesar de que dejaba muy en claro de que no deseaba compañía. ¿Acaso eran imbéciles? ¿No conocían el significado del no? Solía desesperarme mucho aquello.

Clyde era una de esas personas, por alguna razón él intentaba demasiado acercarse a mí y ser mi amigo, no importaba cuántas veces le decía que aquello no me interesaba.

Y créeme, ahora puedo darme cuenta de que se lo hice saber de maneras tan terribles que cualquiera me habría mandado muy lejos. Supongo que Clyde es esa combinación de una gran persona y un idiota.

En fin, entre ese tipo de personas se hallaban las chicas, que por alguna razón se enamoraban de mí (no es que este exagerando, Tweek, pero al parecer se me consideraba bastante apuesto, aún con los dientes jodidos que siempre solía alegar el gordo de Cartman).

Realmente aquello no era de mi más mínimo interés, si les parecía apuesto o no, nunca llamó mi atención.

Aunque debía admitir que, si lo veía como algo conveniente, cuando le gustas a la gente es fácil salirte con la tuya. Y en ese entonces para mí no había límites.

No sabía qué era sentirse bien o sentirse culpable. Joder, que ni siquiera podía frustrarme por ello.

Era como una maldita marioneta, un ser gris que caminaba guiado por hilos sobre un mundo lleno de colores, fingiendo estar familiarizado con mi alrededor.

Es una analogía cruel para muchos, lo sé, pero es la mejor manera que puedo tener para poder explicarlo.

No pertenecía a ningún lado, pero todos creían conocer saber mi nombre.

Entre aquellas personas estaba Trixie.

Era usual que para algunas chicas les pareciera linda, incluso encantadora, pero ella era jodidamente aterradora.

Lo que me faltabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora