Confesiones en la madrugada (Parte II)

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—No he sido sincero contigo del todo, Craig —Tweek habló suavemente, el moreno esperó pacientemente a que ordenara sus ideas—. Alguna vez me preguntaste si alguien me había tocado y supe al instante que te referías a si había tenido sexo en toda regla con un chico. Y ciertamente, con un chico, no he tenido ese encuentro.

—¿Pero...? —animó Craig, por supuesto que supuso que Tweek había tenido aventuras en su adolescencia, muy a diferencia de él. Así que sentía que era normal.

No le molestó en lo absoluto porque sabía que era el primero en oír la historia de Tweek, y eso, era más que suficiente ante cualquier tema ridículo acerca de la pureza.

—No soy virgen... Perdí la virginidad a una edad joven y realmente, no hubo romanticismo ni nada, sólo fue desahogo. Ella estaba sola, al igual que yo.

—No hay ningún problema con ello, cariño.

—Ella es un punto crucial en la historia de mi vida —admitió el rubio. Craig sentía curiosidad.

—Entonces me gustaría oír tu historia desde el principio.
Tweek sonrió.

«Hay tantas cosas qué decir que realmente se me hace complicado establecer un orden preciso, ya que hay distintos momentos:

Cuando yo vivía y cuando comencé a vivir realmente, supongo que lo importante es lo segundo.

Supongo que no hace falta mencionar detalles específicos acerca de lo mierda que siempre fueron mis padres. Mi padre nunca se molestaba en tener el más mínimo remordimiento al expresar lo poco que me quería, por otro lado, a pesar de que mi madre en algún momento desarrolló un cierto apego hacia mí, realmente no ayudaba en lo absoluto al estar obedeciendo constante y sumisamente las ordenes que mi padre oponía en ella.

Al mismo tiempo que desde niño fui explotado en la cafetería.

Mis padres nunca quisieron tenerme, pero en esos tiempos no tuvieron de otra.

Así que en lugar de criar a un hijo decidieron adoctrinar a una propiedad con mente de esclavo.

Me educaron a ser obediente, a trabajar para ganarme el pan. Un sirviente, un peón que moriría sirviendo a sus líderes. Que no valía nada, que era un inútil.

Que solamente era un títere que servía para ser manipulado en un escenario, rodeado de seres hambrientos de necesidad.

Que yo debía pasar a segundo plano, jamás pensar en mí antes que los demás, mi opinión y gustos estaban completamente restringidos de mi zona.

Simplemente era un muñeco de trapo que iba a ser tirado más tarde.

Y eso fue lo que hice, y creí, durante mucho tiempo.

Aquella mentalidad seguía presente incluso cuando entré al instituto, y no hubiera entrado sino hubiese sido porque mi abuela obligó a mis padres a inscribirme a una academia para ciegos, donde me enseñaron lo básico como leer braille, caminar con el bastón, ese tipo de cosas.

Mi abuela murió cuando iba en octavo y estaba completamente solo. Me pegó demasiado duro, así que imaginarás el estado de mi salud mental en esos tiempos.

Pudo haber sido por la metanfetamina que mis padres ponían siempre a mi café, porque sí, se lo daban a su propio hijo, o quizá fuera mi ansiedad.

Pero, yo no tenía ganas de ¿vivir? Tenía miedo todo el tiempo.

Ansioso, paranoico, angustiado, dando gritos y brincos constantes ante espasmos repentinos. A las personas les parecía tan raro que no me dirigían la palabra.

Lo que me faltabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora