La voz de la maestra Minerva resonaba por todo el salón, ella te había gritado, por varias razones, no sé cuál de todas, era la más importante.
No podía dejar de mirarte y por primera vez, sentí cierto resentimiento hacia la maestra, no lo sé pero desde ese día comencé a sentir unas ganas de protegerte, de defenderte de cualquier manera, entonces ese día, hice una promesa, yo haría lo que fuera por ti, te ayudaría en lo que estuviera a mi alcance, y la regla número uno era que tú jamás lo sabrías, jamás lo notarias.
Ese mismo día me acerque a ti y con mis dos manos estiradas te ofrecí mi cuaderno de física, para que te pusieras al corriente, sin embargo lo rechazaste, me diste las gracias, pero no aceptaste mi ayuda, pues le ibas a pedir su cuaderno a Rebeca, la niña más lista de todo el grupo, pero ¿No pensaste que ella jamás te lo prestaría? Eras tan irresponsable que ella jamás lo haría, entonces moví las primeras piezas de mi juego, le suplique a Rebeca que te prestara sus cuadernos cada que se los pidieras, y yo se los prestaría a tu mejor amigo, quien era aún mas descuidado que tú, jamás le gustó la idea de dárselos a él, así que para ella, yo le había quitado un peso de encima.
No sabía cuánto podría llegar querer a las personas hasta que te conocí, no sabía que tan importante serían todos para mí, incluso tus amigos, también se volvieron los míos y te hiciste parte de mí.