Era año nuevo y mi familia la pasaría en la casa de verano de mi tía, mi madre, cocinaría costillas al horno y eso me tenía muy contenta pues era por aquella época mi comida favorita, además, ver a mis primos seria muy divertido.
La mayor parte del tiempo, me la pasaba leyendo pues eso me ayudaba a evitar pensarte, aunque en ocasiones, mientras me recostaba en el pasto, solía preguntarme ¿Dónde estarías? ¿En algún momento te acordarías de mí? Seguramente no.
Ya llegaba la noche y la cena había transcurrido sin importancia, cenamos en el jardín y la noche estaba perfecta.
Mi tía se esforzó demasiado en la decoración de la mesa, y coloco en cada asiento las copas de cristal de la abuela, llenas con doce uvas para los deseos de año nuevo.
La cuenta regresiva sonaba en toda la mesa
10,9,8,7,6,5,4,3,2
–!!!!!Feliz año nuevo!!!!!– gritó toda la familia mientras lanzaban globos y confeti.
Tomé mi copa con uvas, y acerqué una a mis labios pero pensé en ti, deseaba tanto estar contigo, comí otra y pedí que me quisieras, tomé la siguiente y pedí tu confianza, la siguiente añoré tu cariño, comí otra para pedir por tu bienestar, devoré la siguiente para tener tu abrazó, perdí la cuenta, pero con cada una pensaba en ti, ví la última uva al fondo de la copa, deseaba que mis seres amados estuvieran bien y a mi lado siempre la metí a mi boca y ví a mí madre, mis hermanos, mi papá, mi perro Dunkel, mis amigas, Amaya, Natalia, Rebeca, Samantha, Joseline y te ví a ti, al final de todas esas caras.
Miré el cielo y me di cuenta de una cosa, no me gustabas, yo estaba enamorada de ti.
¿Con qué fuerza debería pedir mi deseo para que se haga realidad?