01. Alberto Medina

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Capítulo 1.

1|Alberto Medina.

IVÁN

La música sonaba en mi habitación mientras yo me paseaba sin camisa jugueteando con el balón de americano que mi padre me había regalado. Eché una rápida mirada a la casa de enfrente esperando encontrar a Jessica. Una chica guapísima que vivía justo en frente de mi casa y se paseaba incontables ocasiones en nada más que ropa interior por su habitación mientras mantenía la ventana abierta.

Cuando me veía, me dirigí una rápida mirada y me saludaba con ahínco. A veces tan solo ese gesto alegraba mis días.
Pero Jessica no estaba, y no solo eso, un par de luces azules y rojas se vieron al inicio de la privada.

Era extraño ver a una patrulla policial doblar la esquina y pasar frente a mi casa, para finalmente detenerse en la casa de los Medina, que es la penúltima de la calle. Me quedé observando bastante consternado, por esta tranquila calle en mis 17 años de vida nunca había visto una patrulla policial mucho menos lo que vi después.

Llamaron a la puerta y observé a la señora Medina atender al oficial, el policía no entró simplemente se quedó en el pórtico, hablaron un rato y casi en cuanto terminó de hablar aquel hombre, la señora Medina se desplomó en el suelo de rodillas y comenzó a sollozar, sus sollozos se escucharon por toda la calle.

— ¡Iván! —llamó mi padre desde afuera. A regañadientes dejé a un lado mi curiosidad y abrí la puerta—Vístete, iremos a cenar —me ordenó.

—¿Que? ¿Es una clase de disculpa por lo del otro día? —cuestioné apretando el balón con mis manos detrás de la puerta. Le odiaba. Con su fuerte brazo tomó el mío y lo apretó.

—Te he dicho que cambié —dijo amenazante enterrandome los dedos en la piel y con un brillo siniestro destellando en sus ojos.
Cuidado. Era todo lo que captaba de aquella mirada.

—Lo único que cambias son tus formas de golpear —le contesté soltandome bruscamente, sin previo aviso me golpeó la mejilla tan duro que me incliné hacia la derecha.

—Cállate, soy tu padre y me debes respetar —sin vacilar y sin dudar me empujó hacia atrás con fuerza tirándome sobre la alfombra y cerrando la puerta después de el.

Estaba furioso, lancé el balón al otro lado de la habitación sintiendo la furia apoderarse de mi y toda la frustración por no poderme defender de ese desgraciado que se hace llamar mi padre.
Me puse la camisa tomé unos cigarrillos del cajón y salí por la ventana de mi habitación. Una ruta de escape bien conocida para mi.

A una cuadra había un viejo parque al que solía ir de pequeño, pero ahora estaba en mal estado, los juegos oxidados y rechinantes y el césped largo. Prendí el cigarrillo tranquilizandome a mi mismo. Tenía ganas de golpear lo que fuera y a quien fuera.

A la distancia vi al grupo de andrajosos marihuanos que se juntan a quemar hierba en el parque acercándose, son una bola de flacuchos que visten ridiculamente. Me mantuve en mi sitio fumandome el cigarrillo, entonces los marihuanos me rodearon.

—Fuera de aquí, niño bonito, este es nuestro parque. Tu decides por las buenas o por las malas. —amenazó uno, el más barbón y feo de todos.

—¿Quién te dio permiso de hablarme, vagabundo?

—Cinco contra uno... No eres muy inteligente ¿verdad chico? —aún no terminaba mi cigarro cuando el barbón idiota me dio un manotazo e hizo que el cigarrillo cayera de mis manos, lo alcancé antes de que tocara el césped y me levanté erguido ansiando estampar mi puño en sus fetidas caras. Empecé por el barbón, los otros marihuanos igual se metieron y se ganaron unos buenos golpes. Uno sacó una navaja y se la tuve que tirar de una patada.

Descargué todo mi odio con ellos, a pesar de llevarme unos cuantos golpes, al verlos tirados adoloridos y quejándose, sentí un placer que solo la violencia me da. Antes de irme, apagué mi cigarro en el brazo de uno, y mientras se retorcía adolorido me fui de ahí.

Después de eso anduve deambulando por las calles fumando y matando el tiempo mientras lindos moretones adornaban mis rostro, como de costumbre.

Estaba acostumbrado a esta sensación, con los puños a doloridos y sintiendo los moretones brotando lentamente.

Iba jugando con el encendedor cuando llegué al terreno baldío al final de mi calle. Tomé el balón que me gustó como 5 horas pero que ahora detestaba. Le prendí fuego y lo lancé al terreno.

Al pasar por enfrente de la casa de los Medina, pude apreciar a más personas que las de costumbre vistiendo de negro. Sabía que los Medina sólo tenían una hija, la verdad es muy guapa, pero todos prefieren alejarse de ella.

—¿Iván? — una voz conocida llamó mi atención. Me giré para encontrarme con Cisco. Uno de mis mejores amigos de toda la vida.

—¿Que haces por acá? —dije sintiéndome a la vez contento. Chocamos las palmas y nos dimos un corto abrazo, este chico es como mi hermano, aunque ya hacía tiempo que se había mudado de la calle privada número 6 seguíamos siendo compañeros en el colegio y compartíamos habitación.

— Murió el esposo de la señora Medina y como mi madre es muy amiga suya, pues venimos al velorio.

—¿Alberto Medina? — cuestioné sabiendo la respuesta.

—Pues claro, ¿que otro señor Medina esposo de la señora Medina pensabas?

De un momento a otro me puse helado. Y por inercia miré mi casa, el auto de mi padre no estaba y todo parecía inmóvil.

— ¿De que murió?

—Accidente de tráfico... Creo... Oye estas muy raro, te encuentras bien?

— Está su cuerpo adentro.

— Pues no, lo incineraron... ¿A que viene todo esto?

—¿Como que lo incineraron? ¿Por que?

— Mira, yo tampoco sé, dicen que lo lograron identificar y cuando estaban intentando sacarlo del auto este explotó y quemó el cuerpo. Supongo que no les quedó de otra. ¿Por qué de pronto te ves preocupado? ¿Era amigo tuyo?

Me pasé las manos ansioso por el cabello despeinandolo.

— No, no. Curiosidad solamente.

Cisco me miró extrañado, cambié el tema y luego me despedí de él. Entré en mi casa. Estaba cabreadisimo.

Alberto Medina, ese hombre es abogado y llevaba a cabo mi demanda en contra de mi padre por causar la muerte de mi madre...

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