Serendipia I [El Secreto De Julia]

32. No Hay Bienvenidas.

Capítulo 32

32|No hay Bienvenidas.

JULIA

Allí estaba yo. Plantada frente al enorme portón.

—¿Por qué no puedo ir a mi antiguo colegio y ya? —le pregunté molesta a mi madre.

—Ya lo hemos discutido, hija. Después de todo lo que ha pasado, este colegio es el único dispuesto a aceptarte... Después de haber estado en un psíquia... —decía, pero la corté antes de que terminara la frase.

—Basta, mamá —resoplé.

—Por favor, comportate ahí adentro —rogó.

Claro. Solo me pasas de estar encerrada en un lugar a estar en otro. Ya veremos como me "comporto".

La puerta se abrió. Una mujer, de unos sesenta años, abrió la puerta y nos indicó pasar.
Sentí, inmediatamente, la energía lúgubre del lugar, como si todas las personas de aquí estuviesen en pena.

Había personas limpiando. Acababan de traer leche, así que los que la entregaban iban y venían con cajas de leche, se escuchaba el barullo lejano de la aulas, pero, incluso así. Pude notar que algo extraño pasaba.

En el despacho del director no hice más que rodar los ojos, obligándome a escuchar toda la mierda que mi madre tenía para decir sobre mí.

Sé que traerme aquí no es más que un castigo, luego que descubrió que mantenía una relación con un doctor quince años mayor que yo.
La noticia no le sentó muy bien, luego de la muerte de mi padre, nada le sienta bien.

—¿Y tu Julia, que opinas del colegio? —preguntó el director, Víctor, finalmente incluyéndome en su conversación.

—Creame, no quiere saber —repliqué sin chistar. Mi madre frunció lo labios y me miró con la auténtica mirada asesina que todas las madres tienen.

—Oh, no se preocupe, señora Medina. No es la primera jovencita que llega con esa actitud —avisó a mi madre. Resoplé y reí sin gracia.

—No soy igual que el resto, estoy loca ¿recuerda? —hablé con hostilidad.

—He visto gente más loca —contestó hábilmente— Para que veas que tengo razón, dale una oportunidad a este colegio, si dentro de un mes sigues igual, insistiendo en irte, te dejo ir.

Lo miré alzando una ceja. Desvié la mirada al ver, a través de la ventana, a un chico alto, corpulento que venía caminando del bosque, se adentró en el estacionamiento y se metió al colegio.

—¿Somos libres de pasear por el bosque? —pregunté.

Dígame que si.

—No, está prohibido —respondió sin vacilar, incluso poniendose muy serio.

—¿Por qué? —pregunté extrañada.

—Porque está prohibido. Podrás andar por los campos de fútbol, los parques de picnic y todas las instalaciones de la escuela. Siempre y cuando no cruces la vaya, que si la cruzas, me veré obligado a expulsarte —habló.