CAPITULO 9:

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— ¡Señorita Jenks!—la esponja resbaló de mis manos, cayendo dentro del balde y salpicando un poquito de agua.

—Presente—levanté la mano y miré para todos lados sin saber muy bien de dónde provenía la voz. Y de quien era.

Al instante, tuve a Roberto a mi lado, con el semblante iracundo. La cara estaba más roja que una manzana.

— ¿Que acaba de hacer?—gruñó. Miré del suelo húmedo a él.

¡Noooo!

— ¡Yo no haría eso si fuera...!—cayó de nalgas con un golpe seco—usted—suspiré, cerrando los ojos.

Me acerqué a ayudarlo a poner de pie, pero me apartó de un manotazo.

—Nos va a meter en problemas a los dos. Como se atreve—fruncí el ceño—sí. Hágase la mensa. La vi limpiando cuando yo eché a correr hacia el baño y abrió la...—antes de si quiera conseguir preguntar de que hablaba, cayó de rodillas al suelo y después acostado, como un muerto.

— ¿Roberto?—me arrodillé a su lado y lo toqué en los hombros.

No se movió.

—Jesucristo, Marian—hablé en voz alta, con la mano en mi pecho— ¡Lo mataste!—miré para todos lados y me acerqué corriendo hasta un botón que rezaba, que debía presionarse en caso de emergencia.

Ahora sí que estaba muerta. ¿Valdría mucho un abogado? ¿O lo mejor era irme de la ciudad?

Una sirena comenzó a pitar en toda la mansión. Regresé a donde estaba Roberto, sintiéndome angustiada. No reaccionaba. Estaba muerto, y ni había alcanzado a decirme que falla cometí. Escuché varias puertas abrirse y llamé a gritos, pidiendo ayuda. Mi jefe, su invitado y Leann, aparecieron por un pasillo, preguntándose qué pasaba.

— ¡Roberto!—gritó la otra asistenta, y los tres corrieron hacia nosotros.

— ¡Esperen! No corran en el piso...—tambien se dieron de nalgas—mojado—me puse la mano en la frente.

Necesitaba con urgencia uno de esos anuncios de: Suelo mojado. ¡No corra!

A mi jefe poco le importó la caída, y terminó de deslizarse en el suelo, a dónde estaba Roberto, tocándole el cuello y revisándolo.

— ¿Qué fue lo que pasó?—me preguntó el hombre que había conocido hacía pocas horas.

—No sé. El venía vociferando como un loco, se cayó tambien sentado y después de pararse, volvió a caer como un bulto de cemento. No está muerto. ¿Verdad?—miré a mi jefe.

Dime que no, Grinchi. Porfis.

—No. Pero está teniendo un infarto. Leann, llame a una ambulancia ahora mismo—los vi darle la vuelta boca arriba y a mi jefe remangarse la camisa por los brazos y comenzar a hacerle RCP.

¿Era medico?

—Viene en camino, señor—la mujer volvió a acercarse.

—No sabía que eras médico—su aparente socio lo miró, sorprendido.

—No lo soy. Pero cuando estuviste casado con una médica, aprendes algo nuevo cada día—me miró—señorita Jenks. Haga el favor de limpiar los suelos, antes de que los paramédicos se caigan tambien—

Tomé la trapera que estaba en un rincón y comencé a limpiar, sin perder detalle de todo. De la frente de mi jefe con unas gotitas de sudor por el esfuerzo, el semblante cada vez más pálido del mayordomo. Las dos uñas que Leann ya se había mordido y como me temblaban a mí las manos.

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora