CAPÍTULO 49:

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—Te odio—jadeé.

—Esa es una de tus múltiples formas de decir qué me amas—gemí cuando me rozó por encima del calzón.

Sí. Y que te deseo con locura tambien.

—No te amo. No podría amar a alguien qué está con dos mujeres a la vez—me mordí el labio, mientras él me soltaba el sostén sin quitarme la blusa.

—Si te refieres a Julieta y a ti, entonces sí. Estoy con dos mujeres—

Tienes una forma de caramelearme el oído, mi amor, que me llevas cada vez más al abismo.

Repartió besos entre mi cuello y la base de la garganta.

Le desabroché la camisa, botón por botón, con mis manos temblando, deseando qué estuviese desnudo ¡YA! Le besé el cuello, sintiendo sus manos toquetear mis costillas, ascendiendo cada vez más.

— ¿Qué estás esperando?—susurré.

—A qué digas qué te encanta—solté una risita como si estuviese borracha.

¿No te basta escuchar las melodías que extraes de mí, con solo tocarme?

—Sigue soñando, porque no lo voy a confesar—le mordí el lóbulo de la oreja.

Dejaré que mi cuerpo te lo diga.

—Como quieras. Tengo mis métodos—me bajó la blusa por los hombros dejándola solo en mis brazos—puedo convencerte por aquí—se pescó de un pezón.

Jesús.

—Ahhhhhhh—aferré el mármol, arqueándome y pidiéndole más—mmmm... eso es jugar sucio—tiré de su cabello, pegándolo a mí.

—Un Jiménez nunca juega limpio, sino se echa a perder toda la diversión—jadeé repetidas veces, sintiendo mucho calor entre las piernas—y si no te convenzo aquí—miró hacia mi panti.

—Qué...—murmuré perdida.

—Espero no les tengas mucho cariño, mi cielo—las hizo añicos.

Mi cielo. Me dijo mi cielo. No mi amor, no les tengo cariño.

—No—me estremecí—ahí no, espera... Ahhhhhhh—

Calor. Me estaba quemando.

—Di qué me deseas—

Deseaba qué me hiciera suya, deseaba qué llenara ese vacío, me moría por él, pero por Dios qué no se lo iba a decir.

—No. Jamás—me besó—no te deseo, no me estoy muriendo por ti... Oh para—grité.

Que delicia. Había olvidado lo bien que se sentía esto.

— ¿En serio quieres qué pare?—metió un dedo en mí.

Chillé, arañándole la espalda.

—Nunca... Ah... Ay mi amor—sonrió maravillado.

—Y me deseas—abrí los ojos, mirándolo.

—No—lo besé, moviendo mis caderas al ritmo que imponía su mano.

—Si—metió su lengua en mi boca y yo gemí—eres mi provocadora—me eché hacia atrás.

Siempre.

—Tuya, Charles—lloriqueé necesitada.

—Di qué me amas. Di qué me deseas—

—Qué no—gruñí—deja de suplicar, qué no voy a decirlo—se apartó.

—Como quieras. Tendré qué recurrir a algo más—me pasé una mano por el rostro, sintiéndome al borde del abismo.

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora