CAPÍTULO 17:

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Lo primero que hice al subir al segundo piso, fue pensar si iba a ver a Julieta, o como decía Magdalena, la dejaba estar unos minutos y buscaba mientras tanto, a mi jefe para confrontarlo. No tenía motivos para hacerlo, teniendo en cuenta que él me había dicho qué mi labor era cumplir con la limpieza y cuidado de Julieta, más no con su educación y meter las narices donde no debía. Pero me resultaba imposible quedarme solo en lo superficial y no decir nada, cuando era obvio qué aquí había un grave problema de responsabilidades.

Así qué aunque sabía qué Julieta me necesitaba en este momento, caminé hacia el despacho de mi jefe. Avancé a grandes zancadas por los pasillos, apretando la mandíbula y recordando la forma en que él la había mirado y le había gritado qué le hacía la vida miserable. Y después la carita de desilusión de Julieta, al ver qué ni le había importado todo lo que ella decía y que ni ella misma le importaba. Eso me hizo hervir más la sangre de la ira.

No era su madre, para preocuparme así por ella, y no era tampoco necesario serlo. Solo a un animal sin sentimientos no le importaría ver lo imbécil qué estaba siendo mi jefe con su hija, en su cumpleaños.

¿Tan menso era, qué se le olvidaba el primer día en qué la sostuvo en brazos, su manito apretó su dedo, sus labios pronunciaron la palabra papá o dio sus primeros pasos?

Donde me atreviese a preguntarle qué día estaba de aniversario su tonta empresa, y cuando llevó a cabo con éxito, su primer negocio, lo sabría de memoria sin siquiera pensarlo un rato.

Estúpido Grinch, mal padre.

Toqué tres veces en la oficina, y solo me respondió el silencio. Estaba tan cabreada, qué sin autorización, abrí la puerta de golpe y me encontré con qué la oficina estaba sola, los aparatos electrónicos apagados y ningún papel sobre la mesa.

— ¿Dónde estás?—susurré, escaneándolo todo con la mirada y después cerrando la puerta.

No vas a esconderte tan fácil de mi reprimenda.

Seguí subiendo hasta la zona de cuartos y cuando llegaba al de Julieta, para hablar con ella, escuché ruido en el cuarto de mi jefe. Su voz grave dando órdenes y hablando de negocios. Me desvié hasta allí y sin siquiera tocar, abrí la puerta.

— ¿Será qué podemos hablar de algo muy...?—me detuve a media palabra y luego de mirarlo de arriba abajo, me cubrí los ojos.

Santos dioses.

Estaba en mitad del cuarto, con un nuevo teléfono en la oreja, sin camisa, y una toalla amarrada en su cintura

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Estaba en mitad del cuarto, con un nuevo teléfono en la oreja, sin camisa, y una toalla amarrada en su cintura. Le di la espalda.

—Creo qué... mejor vengo después—se me aceleró el corazón.

Era un buen momento para ir donde Julieta y hablar con él, luego.

—Hablamos mañana, Maxwell—lo escuché cortar—Así qué al parecer tampoco le enseñaron a tocar una puerta, señorita Jenks—

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora