CAPÍTULO 23:

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—Tengan todas muy buenas tardes. Me alegra ver tantas inscritas el día de hoy. ¿Listas para comenzar con un nuevo ciclo, de acondicionamiento cuerdo vocal?—lo miramos confundidas—clases en el canto—gruñó, poniendo cara de póquer.

—Ahhhh—respondimos al mismo tiempo.

Sábado. Fin de semana. Y era la primera clase de técnica vocal, a la que mi jefe me estaba obligando a ir. Aunque también lo hacía porque yo deseaba. Nuestro profesor, Giovanno Piaccioli, supuestamente un cantante de ópera italiano, tenía más maneras qué un crítico de modas. Mover las manos, andar delicado como si diera saltitos por el suelo caliente, y su voz a veces nasal a veces grave. Éramos todas mujeres, a excepción de un chico con cabello largo en los ojos, y ropa completamente negra. Yo era la mayor de los presentes.

Me sentí vieja.

¿La menor? Julieta. Ella estaba sentada en la primera silla del teatro, con su cuadernito de escritura, y mirando como el supuesto Gio, nos explicaba lo que era necesario para mejorar la voz. Vino conmigo, porque cuando me iba, se pegó de mis pies, diciendo que no la dejara sola en la casa y que dejara que me acompañara. Sería buena niña y se portaría bien. Acepté. Porque estaba con el estómago revuelto por el susto, y necesitaba que alguien me diese apoyo moral. Ahora casi me arrepentía. No dejaba de hacer muecas y tratar de imitarlo, lo que me hacía a mí, sentir deseos de reír, desconcentrándome de la clase.

—Primero, antes de empezar con lo divertido y fácil qué es cantar de forma afinada, quisiera escuchar sus nombres y que canten una estrofa de la canción que prefieran, para ubicarlos en un tipo de voz—todas se miraron entre sí, murmurando algo. Yo miré a mi acompañante, que cerraba el cuaderno y me miraba interesada— ¿Quién será la primera, ragazze? Y chico—miró al muchacho que permanecía tan solo como yo, y algo aburrido. (Chicas)

Todos a un mismo tiempo retrocedieron y me dejaron sola adelante.

—Ay porque—gemí.

El maestro me sonrió y se acercó a mí, con quiebre de caderas.

Creí que se iba a desbaratar con cada paso.

—Tú. Maravilloso. Adoro que el destino por si solo lo decida—ladeó la cabeza— ¿cuál es tu nombre, tesoro?—tragué saliva.

—Marian—procuré que mi voz fuera firme y alta—Marian Jenks—

—Bienvenida, linda Marian. ¿Qué vas a cantarnos hoy?—retorcí mis dedos, sintiendo que me empezaba a sudar la espalda, por el miedo.

— ¿Say Something de Christina Aguilera?—sonrió.

—Cuando gustes—se hizo a un lado y ordenó que apagaran las luces, dejando un único reflector iluminándome.

Vamos Marian, tu puedes.

Abrí la boca y volví a cerrarla, angustiada. Julieta me miró, haciéndome señas con la mano, queriendo decirme que empezara.

— ¿Marian?—escuché la voz del profesor, a mis espaldas—estamos esperándote—

Me armé de valor, y comencé a cantar, con voz suave, cerrando mis ojos. La voz me tembló al comienzo y a medida que me iba tranquilizando se normalizó. Escuché como retumbaba en todo el teatro y hacía eco, mientras yo cantaba. Y al mirar solo por un momento, Julieta se movía de un lado para otro en su asiento y con las manos en el aire, siguiendo el ritmo. Al terminar, recibí varios aplausos, mientras el profesor se acercaba a mí.

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora