CAPITULO 14:

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—Así que además de leer novelas románticas, canta—agaché la mirada, sintiendo que mi cara adquiría el color rojo de las fresas—es usted una mezcla extraña de cosas, señorita Jenks—

No más que tú.

—Y está de buen humor hoy, señor—cuando no respondió, me armé de valor y lo miré.

—Créame. Lo estaba hasta que usted se puso a aporrear el piano. Casi me deja sin tímpanos. Pero por otro lado... Lo reparó, cantando como lo hizo. ¿Hace cuánto canta?—solté una risita.

¿De verdad? Esta es la primera vez que vuelvo a hacerlo desde mi adolescencia.

—No lo hago desde que tenía quince años que estuve en un coro de chicas en la iglesia. Canto de vez en cuando mientras limpio, y así. Pero cantar, cantar como solista o de forma consciente. No—

—Pues debería sacarle provecho. Entrar a clases de técnica vocal y fortalecer ese talento—me reí.

—Eso mismo decía papá. Hasta que lo inundaron las deudas, no tuvo dinero para pagar los cursos, y se le olvidó que yo tenía bonita voz. Ahora creo que debería dedicarme a tocar piano. Tal vez si me consigo uno infantil y me siento en las calles me den propina—gruñó.

¿Qué? La granja del tío McDonald es un éxito aunque lo dudes.

—O le echen el carro encima. Si quiere un consejo... aleje sus manos del piano, a menos que quiera ser confundida con una demente y la lleven al manicomio—le puse mala cara.

—Váyase—le señalé la puerta.

—No. Y ahora que lo pienso, si va a gastar el dinero que le estoy dando en la paga, en algo. Inscríbase en alguna academia de música y que le enseñen canto—yo negué.

No, gracias.

—Creo que mejor me quedo aquí—

— ¿Así aburrida? Puede ser una forma de aprovechar su tiempo los fines de semana—

—No me gusta cantar rodeada de gente—balbuceé.

Me daba vergüenza.

—No sea boba—me puse de pie.

Desvergonzado.

—No sea descortés. Váyase—le señalé la puerta.

— ¿Por qué me iría? Esta es mi casa y puedo andar por donde me plazca—

—Y ya se puso dominante y arrogante otra vez. Me voy yo—avancé hasta la puerta.

—No sea gallina, Aurelia—lo miré desde la puerta.

—Gallina su abuela, señor Jiménez—me fui.

Y me sorprendió ver una sonrisa en su rostro, antes de irme.

Caminé a prisa, buscando de nuevo a la niña y llamándola a gritos. En su cuarto no estaba, ni en el primer piso. Y esta mansión era tan grande que podría tardarme toda la noche en encontrarla. Cuando pasaba por los cuartos de Charles y su esposa, me detuve, al ver la puerta del de Susana, abierto.

Fruncí el ceño, acercándome despacio, y al asomarme por el resquicio, vi un par de piecitos en la cama. Metí la cabeza por la puerta y me quedé allí estática, cuando la vi acostada en la cama, profundamente dormida y abrazando el cuadernito de dibujo. Entré, y sin despertarla, le quité el cuaderno y la tomé en brazos para llevarla a su cama. Bostezó.

—No me quiero bañar—susurró entre dormida y despierta.

Ya es muy tarde para eso. Te saliste con la tuya. Pilluela

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora