CAPITULO 44:

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—En estos platos, hay pay de mora suficiente para los tres—los acomodé en mis manos, sintiendo el calorcito del pay recién horneado.

Nos había hecho más.

—Y en las bolsas que mete Charles en la maleta, hay manzanas y naranjas tambien, y las suficientes como para que las compartas con alguien si quieres—la abracé.

— ¿Podré sacar para compartirlas con una amiga mía? ¿El Grinch me dejará?—ella se rió, mirando a su hijo y haciéndole una mueca, sin que él se diera cuenta.

—Si domaste un caballo casi imposible, y ahora es tu mejor amigo, podrás darle órdenes a ese gruñón—sonreí, mirándolo tambien—Si no, le tiras una manzana en la cabeza, lo dejas inconsciente y tomas las frutas que desees—me reí.

—Eres peor que yo, Azucena—me frotó los brazos.

—Aunque no creo que tengas que recurrir a ello. Los Jiménez son malhumorados, hasta que una mujer especial roba su corazón. Después... No importa lo que hagas, o donde te escondas para escapar de ellos. Te encontrarán, y nunca te dejarán marchar—El señor Agustín abrazaba a su hijo, despidiéndose de él. Julieta abrazaba a Rayo y le daba una galletita.

Era hora de irnos y volver a la mansión. Julieta tenía tareas que hacer, yo ayudarla a hacerlas, y lo mejor era antes de que anocheciera más. El paseo había finalizado, lastimosamente.

Si por mi fuera me quedaba aquí para siempre.

Luego de ir a buscar a Luzbell y traerlo de vuelta a la hacienda, nos metimos un rato a piscina evitando el calor, haraganeamos por ahí un poco más, bebiendo refresco y empacamos las maletas. Julieta tanto como su padre y como yo, no queríamos irnos, pero era necesario para seguir con la rutina en la ciudad. Y yo... tenía cierta charla pendiente con Rick. Y rogaba porque las cosas se resolvieran a buen término. Aunque ni idea a cual buen término, si no estaba segura de sí seguiríamos juntos, luego de que Charles me confesara tan abiertamente lo que sentía por mí. Yo, era un manojo de confusión.

—Nunca lo dejes ir—susurró ella—y no lo digo porque sea mi muchacho—le sonreí, cuando volteó a vernos a ambas.

—Lo sé—me guiñó el ojo, con sonrisa incluida.

Charles no sonreía muy a menudo, pero cuando lo hacía, era como el sol besando el océano en invierno. Podía derretir hasta a la mujer más fría.

—Hora de irnos—me llamó.

Abracé una vez más a esa maravillosa mujer, antes de marcharme.

—Cuida de mi pulguita carnívora—

—Cada día. Es mi deber—me organizó unos cabellos.

—Y aléjate de esa tal Alicia. Una trepadora más—

—Creo que lo aprendí a las malas—esperó a que continuara— ¿Charles no te contó? Me empujó por unas escalas, solo por haberla pillado hurtando un collar de Susana—se puso una mano en el pecho.

— ¡Mujer del demonio!—apretó los puños— ¿Qué dijo mi hijo?—no respondí, y ella negó, furiosa— ¡Charles Abelardo Jiménez!—miró a su madre, azorado—ven aquí ahora mismo—

Uy.

—Pero...—me lo imaginé poniendo la misma cara de pánico y confusión, que tenía ahora, cuando solo era un niño.

El señor Agustín retrocedió, como si temiera que lo reprendieran a él tambien.

—Soy tu madre, has el favor de venir. No me hagas repetirlo otra vez—me observó confundido, a medida que se iba acercando. La señora Azucena me pasó un brazo por los hombros— ¿Qué es todo esto, de que esa mosca muerta de Alicia la tiró a ella por las escalas y tú no hiciste nada?—abrió la boca.

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora