CAPITULO 43:

9.8K 727 75
                                    

 — ¿Así que no pudiste conservar el vídeo?—miré a Charles, mientras me llevaba una cucharada de huevo revuelto a la boca.

—Lastimosamente mamá, alguien me le hizo borrar, o temería por mi vida—le sonreí.

Así se hablaba. A menos que quisiera terminar en el horno, junto con Timoteo, para navidad.

—Es una lástima. Lo que yo hubiese dado por verlo. Sin intenciones de ofenderte, Marian—negué, restándole importancia.

Julieta tomó los tomatitos de su plato, y se los pasó a Rayo por debajo de la mesa, sin que su abuela se diera cuenta. Tomé una tostada para untarle mermelada de ciruela.

—No te preocupes, mamá—Charles bebió de su jugo de naranja—a Marian nada la ofende—le di una patada en la espinilla por debajo de la mesa.

Soltó un quejido, y el zumo le voló a toda la cara, por el brinco que tambien dio.

— ¿Estás bien?—le toqué el hombro, haciéndome la inocente.

Me miró con cara de Póquer, y a Julieta la agarró la risa, descuidándose y dejando que Rayo se acercara lo suficiente para robarle su tostada y su tocino.

— ¡Ey!—lo vio huir y se bajó para seguirlo—devuélveme mi tocino, perro malo—

— ¿Tan joven y ya sufriendo de temblor incontrolable en las manos?—su madre le pasó una servilleta.

—Si mamá, o al parecer, la mesa está viva y me da patadas en la espinilla—tomé el refresco, mirándolo por entre el vaso, y cuando intento hacerme la misma jugada, lo alejé de su alcance.

—Eso no se hace. Pelea con la mesa, no conmigo—lo señalé.

Azucena comenzó a reírse, dejando su taza encima del plato ya vacío.

—Pero retomando la conversación anterior, Charles tiene razón—miré a su madre—nada me ofende en la vida—comenzó a aplaudir.

—Así es que se habla, querida. Que nada te golpee, que todo te resbale—se puso de pie—esas son las mujeres que valen la pena. Tenlo en cuenta, hijo—se volvió a atragantar con el refresco.

Le di palmaditas en la espalda, mientras el señor Agustín y Julieta, que llevaba un trozo de tocino en la mano, entraban por el patio. Cuando ella se llevaba el tocino a la boca, la abuela la reprendió.

— ¡No te comas eso! Estaba en el hocico del perro—bufó.

—Pero era mi tocino. Lo que más me gustaba de todo el plato, y él se lo comió—

—Yo te haré otros dos pedazos ya mismo, pero tira eso—miró el pedazo de carne en su mano y al final se lo volvió a arrojar al perro.

—Maleducado. Bastante fue que le diera los tomates, ¿para qué me quitara la carne?—la mujer se detuvo.

—Ah, con que le diste las verduras a él—ella puso su mejor sonrisita.

El señor Jiménez tomó una manzana de la cocina. Se escuchó una flatulencia y me supuse que del perro. Me cubrí la nariz.

—A Rayo le sientan mal los tomates, y a estas alturas, Julieta todavía no lo ha entendido—

—No creo que debas reprenderla. Cada ocho días nos está dando un cohete perruno—me reí.

Ya veía de quien había sacado Julieta su locura. El señor Jiménez, padre tenía sentido del humor.

—Deja tus bromitas, que no te salen—le dio un codazo—más bien dinos que pasó con ese caballo—él le dio un mordisco a la manzana.

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora