CAPITULO 21:

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—Entonces... ¿vas a prometerme que serás buena niña, durante mi ausencia? ¿Qué cumplirás con tus tareas, que serás educada y no harás diabluras?—le tocó el hombro, cuando ella solo miró el teléfono móvil, concentrada en un nuevo juego que había descargado, sobre explotar burbujas—Julieta—lo miró.

—Ah... no. No le prometo cosas a un Grinch—miré al cielo, apretando los labios para no reírme.

A los del servicio no les iba mejor. Trataban inútilmente de contener ataques de risa. Al mirar de soslayo, mi jefe me fulminaba con la mirada, y Julieta me miraba con una sonrisita picarona.

—Ahora la malcría tambien a ella—yo negué.

—No sé de qué habla, señor Jiménez—

Mínimo, Julieta había escuchado una de mis charlas conmigo misma, insultando a su padre por su temperamento. Roberto carraspeó, mirando al frente y con las mejillas arreboladas, haciendo demasiados esfuerzos. Magdalena no pudo aguantar más y soltó a reír, hasta que se quejó de dolor de estómago.

—Yo creí que los Grinch estaban extintos—preguntó Geneva— ¿Cuál es el nombre científico de este?—a todos los agarró tambien la risa.

Nadie responda a esa pregunta, por favor.

—Charles Abelardo Jiménez—habló Julieta muy tranquila.

Me reí yo tambien, cerrando los ojos.

— ¡A callar todos!—ordenó, y se acercó hasta mi—Esto es orquestado por usted, ¿verdad?—yo negué, con los ojos cerrados—deje de reírse. ¿Tengo algo en la cara? ¿Le parece muy divertido?—me tapé el rostro, volviéndome a reír.

—Con todo respeto, si—se cruzó de brazos.

— ¿Qué?—Julieta prestó atención tambien.

Cara de amargado, de haber comido limones, de estar haciendo del dos...

—Cara de payaso de circo—me senté en las escalas, sufriendo otro ataque de risa.

Decían que las personas que más se reían, a menudo eran las más solas e infelices. Yo era la excepción a esa regla. No había nada más maravilloso para mí, que secarme de risa hasta que doliera el estómago, lagrimearan los ojos y te quedaras sin voz.

Los demás me imitaron. El negó con molestia, pero tambien, noté yo, con cierto humor. Hasta le parecía divertido.

—Ustedes. Adentro—señaló la mansión.

Todos los empleados, desde los cocineros, hasta el mayordomo, dieron la vuelta, y entraron, aun riendo. Me serené un poquito, tocándome el estómago por el dolor de tanto reírme, y tomando aire.

—Nada de chistecitos en mi ausencia. Me enteraré. ¿Entendido?—asentí.

—Sí, señor Grinch—me quedé lo más seria posible, mirando al frente cuando a él no le pareció chistoso.

Volvió a acercarse a su hija y le quitó el teléfono unos minutos.

—Pórtate bien, Julieta. No lo pienso repetir. No armes desorden—ella asintió, esperando su teléfono—y comete las verduras. Si no lo haces por tu cuenta, Marian tiene permiso para obligarte a que te las tragues—la niña me miró a mí con pánico y al no obtener reacciones de mí parte, volvió a voltear— ¿lo prometes?—

—Sí, papá—lo abrazó—diviértete en tu viaje—apreté la mandíbula.

¿Cómo podía estar tan feliz y en paz con él, después de que rechazara acompañarla a su festival, y ella debía acogerse a lo que el ordenara? Yo ni papá lo habría llamado y hubiese continuado de mal humor con él. O era demasiado boba, o muy dulce y buena, como para albergar malos sentimientos en contra de su único progenitor.

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora