CAPÍTULO 33:

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— ¿Gen?—estiré mi taza—llénala de nuevo—abrió los ojos más de la cuenta.

— ¡¡¿Más?!! Pero ya es la tercera, tesoro—negué.

—Llénala—suspiró, tomando la cafetera y vertiendo más café en ella.

—Son las diez de la mañana y vas por tu tercera taza de café, y ayer te bebiste un somnífero, por la depresión de lo ocurrido con tus padres. ¿Te estás dando cuenta que haces una mezcla mortal?—bebí un sorbo del líquido café.

Al menos si me moría iba a estar con ellos.

—Estoy que me caigo del sueño. De haber sabido que esa mezcla rara que Charles y tú me hicieron beber, era tan fuerte, habría preferido seguir siendo yo—me organicé unos cabellos— ¿Quién tuvo la idea?—ella revolvió algo en el fuego.

—Cari—fruncí el ceño—Carlotta—explicó—Sabe de estas cosas. Su abuela era curandera. Y esas recetas eran usadas antiguamente, cuando no se tenían los somníferos—moví las cejas, dándole otro sorbo.

—Que no vuelva a pasar por favor—asintió—Esta mañana al despertar vi lo tarde que era. No llevé a Julieta, ayer me puse de lo más drogada y romántica con mi jefe, en una cama que no era mía, y cuando me estaba duchando hace un rato, iba a echarme el frasco de perfume en el cabello y la crema hidratante en las axilas—se rió.

—Uy. Tal vez nos quedó un poquito cargado—hizo el ejemplo con dos dedos— ¿y cómo es eso de tu drogada y romántica con el jefe?—levanté mis hombros, poniendo morritos.

La historia la recordaba como si hubiese sido ayer. Y en realidad no había sido ayer. Sino hoy. Porque fue justo en la madrugada. Si pensaba que no podría hacer más el ridículo con él, estaba muy equivocada.


FLASHBACK:

— ¿No piensas que esto es bonito, Abelardo?—le pellizqué la nariz.

— ¿Qué es bonito según tú?—me reí, mirando mis manos.

—Que tengan rayitas—le enseñé las manos llenas de rayas de tigre—soy un dinosauriooooo. Digo... digo... un tigre—

Parecía borracha.

—Debería haber supuesto que eras alérgica al vino, o tendrías una reacción diferente con la bebida—le respiré en el cuello, poniendo cara de mocosa de cinco años.

—No soy alérgica al vino. Aunque puede que sea alérgica a ti. El mosco Abelardo—puso los ojos en blanco, negando con la cabeza—bzzzz, bzzzz—moví mis manos como si fueran alitas, e hice bizcos.

—Es mejor que te duermas. Esperaba un efecto contrario con esa bebida—le tomé el brazo, echándolo sobre mis hombros, y recostándome en su pecho. Le pasé la mano por el estómago, abrazándolo y aspirando su colonia masculina.

Olía a algo caro y viril. A hombre.

—No tengo sueño. Aunque ya soy más feliz—lo miré a los ojos— ¿crees que mis padres convertidos en ceniza, pudieron tener un rapidín antes de que los bomberos limpiaran todo con una escoba?—me miró escandalizado y a mí me agarró la risa.

—A dormir, Marian. Es tarde. Y los dos debemos descansar—yo negué, bostezando.

—No tengo sueño. Ya te lo dije—se sentó en la cama y tomó las mantas para cubrirme—noooo. No estoy cansada—

La bebida me estaba volviendo a anestesiar.

—Tu si tienes sueño. Vamos. Acuéstate—me crucé de brazos.

MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora