Después de mucho meditarlo, y consultarlo por unos diez minutos, con mi reflejo en el espejo, me decidí a ir por Julieta en transporte público. Aunque me vi algo patética decidiéndolo, hablándole al espejo y volviéndome a responder como si no fuésemos la misma persona.
Prefería recogerla en el autobús que pasara cerca de la casa donde se encontraba Julieta, porque había más gente. En un taxi el conductor se ponía a contarte su vida personal. Con cuantos borrachos se topaba a diario, de esa anciana que se bajó sin pagarle y cuando quiso exigírselo lo golpeó con el bastón. Te aguantabas eso, o un frío silencio todo el camino, rezando para que no fuese un asesino serial que te iba a llevar a un callejón sin salida. Lo veías fumar y mirarte por el retrovisor, y ya sentías que te estaba atando al asiento. Así que sí. El bus era mejor.
La casa a la que debía buscarla, era la de su amiga Katie. Y vaya coincidencia, también vivían en una mansión. ¿Por qué no me sorprendía?
Tomé mi carterita del armario, metiendo allí mi móvil con la dirección y mis lentes de sol. Unos que si por error los dejaba caer, se les zafaba un lente. Nótese mi pobreza. ¿Por qué no me compré unos nuevos, con mi paga? Se preguntarán. Lo más necesario era la ropa y los helados, no me quedaron ni cinco dólares para unos lentes, al menos de los que vendían en esos baratillos en la calle. Ahora esperaría hasta el final de este mes, para unos nuevos. Si no me tentaban los libros primero.
Me di un último retoque de polvo en la cara y quedé lista para salir. Al bajar hacia el primer piso, se escuchaban las risas de mi jefe, y la payasa que tenía por prometida. Se reía peor que yo. Parecía una foca retrasada. Y hasta eso a mí me dio risa. Yo solita en pleno pasillo, apoyada en la pared y muerta de risa. Hasta que al voltear, Roberto estaba sentado frente al panel de seguridad, mirándome. Dejé de reírme de golpe.
—No... no te había visto—me miré el vestido, avergonzada.
—Es obvio, señorita Marian. ¿Qué le hace tanta gracia?—negué, restándole importancia.
—Nada. Ignórame—me puso cara de póquer, y me vi obligada a confesarlo—Alicia—susurré cuando me acerqué hasta el—se ríe como una loca. No sé cómo no se avergüenza de ello. Hasta debería grabarlo en un descuido suyo y subirlo a YouTube—casi me aplaudí la idea. Y en lugar de ello me reí más.
A él no le hizo gracia y carraspeé, mirándolo seria.
—No compartes mi opinión, ¿verdad?—levantó los hombros.
—Tal vez si, tal vez no. Es complicado admitirlo si pienso que en un futuro he de seguir las órdenes de ella. No me conviene expresar lo que siento—asentí de forma automática, muy a mi pesar.
—Sí. Entonces será mejor que me vaya, antes de que me pillen—le hice un guiño expresando complicidad—Julieta está por terminar su trabajo en casa de la compañera—le sonreí con dulzura y di la vuelta avanzando hacia la puerta.
Cuando estuve afuera y supe que él no me veía, hice muecas, mascullando entre dientes. Roberto era muy amable y ya nos llevábamos bien. Pero era también muy leal a su jefe. O mejor dicho a su futura jefa. Era más amargado que Charles.
Caminé unas cuantas cuadras y me quedé de pie en la parada del autobús. Miré mi teléfono. Tenía un mensaje.
*Un café o un beso. Tú decides* Anexo a ello, había dos emoticones sonrientes.
Fruncí el ceño, sin saber de quién se trataba.
¿Quién se creía esa persona a pedirme un beso?
Entré al contacto y agrandé la imagen, sonriendo levemente.
A ese hombre que posaba con un monito en su hombro, yo si lo conocía. Era Rick... el hombre. No el mono.
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MÁS QUE TU ASISTENTE L1 DE LA SERIE: MI JEFE
Roman d'amourMarian es una mujer de 28 años que desesperada consigue empleo como asistente de servicio en la mansión Jiménez, donde su jefe es un hombre agrio y de mal temperamento agente de negocios que perdió la chispa de la alegría luego de que su esposa muri...