Capítulo 1: [Un día tranquilo para una historiadora... ¿Tal vez?] (1)

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Parte 1


— ¡Bienvenido a mi tienda! ¿En qué le puedo ayudar? —pregunta una mujer Shatevalery de manera casi automática al escuchar el tintineo de la campanilla cuando la puerta de su tienda es abierta, de lo cual se arrepiente inmediatamente al ver el rostro de su cliente—. Ah... Eres tú... —termina de hablar, cambiando drásticamente su tono de amabilidad a uno de hostilidad mortal.

—Siempre es un placer ver ese rostro de felicidad en tu cara convertirse en aquella abominación —respondió el no-invitado: un Kaevalery de unos cuarenta años con un largo bigote que se eleva, apuntando al cielo.

— ¿Qué quieres Nahil? —escupe la chica, con su rostro tan deformado como disgustada se encontraba ella. Coloca su única mano sobre su frente, como si sufriera de una gran jaqueca y sus largas orejas puntiagudas se tensan.

—Quería oír la respuesta a mi ofrecimiento de la última vez que vine.

La mujer golpea fuertemente la mesa en la que estaba apoyada, lo suficiente como para dejar marcas de fisuras y levantar levemente los objetos sobre esta. Está molesta, eso es obvio, y la razón es simple: aquella tienda de objetos antiguos había sido adquirida por ella misma con años de trabajo y esfuerzo, aventurándose donde ningún otro Shatevalery se atrevería a pasar, aceptando malos tratos por parte de empleadores, soportando torturas y sobreviviendo a guerras. Ya estaba vieja para eso, no podría volver a hacer tales hazañas y ya había cumplido su sueño. El pasado era su meta, su mundo. Nadie conocía mejor la historia universal en toda la ciudad. Había dedicado su vida en estudiarla y sabía que aún faltaba mucho por conocer. Por eso mismo, no podía permitirse que un fanfarrón vestido de oro y plata, sin respeto alguno por las reliquias y nacido entre comodidades, osara ofrecer una suma ínfima de monedas de plata para comprar el terreno y formar con él una tienda de comida para colaciones. ¡Comida para colaciones! Nunca antes había escuchado formular semejante insulto en la boca de cualquiera de sus adversarios, ni siquiera por un Tarouvalery. Ellos harían una tienda de armas, armas que podrían ser reliquias de guerra. Algo bárbaro, pero dentro de su rango de aceptación.

La respuesta que dio la primera vez que escuchó ese acto aberrante fue un «no» rotundo. Y no lograba comprender cómo es que era posible que aun así, el «señor brillante» se atreviera a preguntar nuevamente, tal vez con la esperanza de que haya cambiado de opinión.

—Te di mi respuesta anteriormente, es «No» —responde, hastiada—. Y seguirá siendo no hasta el día en que muera.

— ¿Y si te ofrezco esta cantidad? —pregunta su no-cliente, ofreciendo una bolsa de monedas de oro.

La chica ni siquiera se digna a mirar el saco tintineante y exclama con el rostro enrojecido.

— ¡He dicho que no!

—Vamos, vamos, no seas así. La tienda da pocos beneficios, apenas alcanzas a pagar los impuestos con ella. ¿No sería mejor que me la vendieras y te sacaras esta carga de encima?

— ¡Tú lo que quieres es morir, ¿verdad?! —grita la mujer, desenfundando una espada en su cintura—. ¡Vete de aquí si no quieres que te corte en dos!

—Vale, vale, no tienes que ser tan violenta —responde el hombre, resignándose ante la amenaza y levantando sus manos, tratando de calmar a la dueña del lugar—. Volveré otro día, Saz.

— ¡Que no vuelvas, mierda! ¡Y no me llames Saz, no soy tu amiga! —espeta la chica, con voz airada al escuchar el diminutivo de su nombre pronunciado por alguien tan desagradable para ella.

El Kaevalery se queda mirándola con rostro despectivo y soltando un leve bufido, da media vuelta y sale del local.

—Claro, claro, preciosa —se escucha decir a la salida, lo que hincha una vena en la sien de la mujer.

Exhekar Tales II: El Tesoro Ancestral & La Bruja GlotonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora