CAPÍTULO 59 - SEBASTIÁN

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Seguir a esos dos idiotas ha sido fácil. No dejan de discutir y, gracias a eso, no tenemos necesidad de acercarnos demasiado. Ante nuestra sorpresa, se dirigen a la Universidad, bordean el edificio y se meten en una de las salas de mantenimiento.

Veo una extraña sonrisa en la cara de Drogo.

—¿Qué ocurre? —pregunto intrigada.

—Más idiotas no pueden ser. Han lanzado un conjuro para camuflar el olor lo que significa...

—Que podemos acercarnos sin ser detectados.

Drogo me sonríe satisfecho y, de un salto, bajamos de la azotea del edificio.

Con mucho cuidado, entramos en la habitación. No hay nada, sólo unas escaleras. Comenzamos a bajar y enseguida les oímos hablar. Decidimos escuchar escondidos. Si no hay peligro para Sebastián, mejor no intervenir. No es el momento.

—Venga, lobito. Sé bueno. Dinos, ¿dónde está la entrada? —pregunta Dorothy con tono meloso.

—¿Has mirado dentro de tu braga? —responde Sebastián socarrón. Me cuesta aguantar la risa.

—¿Es que quieres ver lo que hay ahí? —contesta en tono seductor. ¡Menuda zorra!

—No, gracias. A saber lo que me puedo encontrar. De todo menos telarañas. ¿No es así? —indica divertido.

—No sabes lo que te pierdes —escupe ofendida.

—Yo creo que más bien gano —responde tranquilamente. Tengo que reconocer que me sorprende su sangre fría.

—Ya vale, chucho —interviene Dustin enfadado —. Y tú, Dorothy, para ya. Vergüenza debería darte zorrear así.

—Vamos, hermanito. No seas tan puritano. Reconoce que el lobito está muy bueno.

Sebastián se ríe a carcajadas. En ese momento escuchamos un golpe. Creo que Dustin ha perdido la paciencia.

—Nos vas a decir lo que queremos saber ahora mismo —le indica furioso —. O si no...

—¿Qué me vas a hacer? Yo te lo diré. No me harás nada. No os tengo miedo. Además, sin mí nunca encontraréis el códice y lo sabes.

En la sala resuena una fuerte bofetada.

—Escucha, imbécil. Que sepas que eres la segunda opción. En pocos días tendré los pergaminos y la llave y entonces me daré el placer de matarte con mis propias manos. Sólo te estoy dando una oportunidad. Habla y quizás te permita vivir.

Sebastián estalla en carcajadas.

—¿Tan imbécil me crees? Nunca conseguirás los pergaminos. Los Bartholy no lo permitirán.

—Eso es lo que tú te crees. Vamos, hermanita. La próxima vez que volvamos será para despellejar a este cerdo.

—¿Y voy a tener que verlo? —pregunta ella asqueada.

—Por supuesto que lo verás. Ya sé que te encanta.

Suben por las escaleras riéndose y nosotros corremos a escondernos tras un árbol. Cuando se han alejado lo suficiente, entramos.

La imagen es desoladora. Sebastián está sentado en el suelo con la cabeza agachada. Está encadenado de cuello, manos y pies. Los fuertes grilletes están tan apretados que creo que le cortan la circulación. Seguramente lo han hecho así para evitar que se transforme.

—Ya os he dicho que no pienso hablar. Dejadme en paz —dice al escucharnos entrar.

—Si eso es lo que quieres, nos vamos y te dejamos aquí —contesta Drogo divertido.

DC I: DESTINOS CRUZADOS √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora