A pesar de estar rodeado de plantas en la tienda, trabajar con ellas en el exterior era un aliciente más para quedarme.
—¿Tendría que ser mañana o ya el lunes? —No estaba seguro si un comercio como el suyo abriría los domingos.
—Los domingos está cerrado y hoy sábado cerramos al mediodía. — Fue informando el Sr. Baker—. Lo dejamos mejor para el lunes.
Cameron que había permanecido callado iba aprobando las explicaciones del amigo de su padre.
—Por cierto. ¿Te quedarás a vivir por esta zona?
—Sería lo ideal, pero no ha dado tiempo a mirar nada. Me quedaré en casa de Cameron hasta que encuentre algo.
No sabía si un piso pequeño compartido o uno solo para mi, pero entonces el sueldo del mes casi seguro se iba en el alquiler.
Mi nuevo jefe observó unos segundos a las señoras que habían entrado y que seguían recorriendo la tienda admirando las plantas. Luego desvío su mirada a mi y después a Cam que permanecía callado. Por último en observar fue al pequeño Culantrillo que yacía aún sobre la mesa. Exhaló un casi imperceptible suspiro y abrió la caja registradora sacando de ella una llave.
—Arriba —dice, señalando una escalera con barandilla de forja y peldaños de madera—, hay una habitación. Nunca la he alquilado porque el acceso a ella es por la tienda. Puedes echar un vistazo, tiene lo suficiente para que puedas vivir. Tiene una cocina muy pequeña igual que el baño. Si te interesa podemos convenir el alquiler.
¿De verdad estaba teniendo tanta suerte?
—Por supuesto, claro que me interesa.
«Cada uno recoge lo que siembra». Recordé las palabras de mi abuelo.
Fue pastor en el pueblo, alguna vez le acompañé a pastorear. Fue un hombre rudo. No sabía leer ni escribir, pero tenía un doctorado en sabiduría vital. A pesar que las conversaciones más largas que mantenía era con las ovejas. Cada vez que contaba sus charlas con el rebaño me hacía reír. Tenía razón, sembré durante años viento y recogí tempestades como decía el refrán. Hasta que se produjo en mi la metamorfosis. Y empecé a recoger cosecha de la buena.
Guiñé un ojo a Cam y palmeó mi hombro. Estaba satisfecho. Ya no tendría que quedarme de farolillo entre él y su novia.
—¡Owen! ¿Puede venir un momento? —Las señoras empezaron a reclamarlo.
—Un segundo —se disculpó.
Cameron se acomodó apoyando la cadera en la mesa. Tomé la maceta con el pequeño helecho inspeccionando sus hojas. A la vista estaba por lo poco que pude observar lo bien cuidadas que estaban las plantas. Empezaba a caerme simpático. Me exasperaba las tiendas y viveros que había visto con las plantas descuidadas. Owen Baker parecía cuidarlas con mimo.