Capítulo 15.1

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Nada más subir puse a cargar el móvil

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Nada más subir puse a cargar el móvil. Revisé si había alguna llamada, no fue así. Aproveché para regar las plantas hasta que subiera Evan. Me comentó que subiría después de bañarse : «Órdenes de mi abuelo» me dijo.

Romeo Mercucio ya hacía sus necesidades fisiológicas en el arenero, pero la mayoría de las veces me tocaba limpiarlo a mi. Evan se dedicaba más a jugar con él o ponerle su pienso, pero el  muy ladino le gustaba más la comida húmeda y siempre tenía alguna lata. Estaba en esa tarea de limpieza cuando comenzó a sonar el móvil. Crucé los dedos para que fuera Óscar. Soplé fuerte cuando vi su nombre en la pantalla.

Siento que se cortara la llamada. Me ha costado ponerlo en marcha de nuevo.

Lo mejor era seguir con los dedos cruzados para que no volviera a ocurrir.

—Te he llamado un montón de veces en estos días. Al principio me daba señal y después nada.

Escuché un leve quejido de mi amigo.

No sabes lo que es tener una hija de tres años que su juguete preferido son las pinzas de tender la ropa y su juego favorito esconder lo que sea, a veces hasta a ella misma —dijo quejándose.

—No me digas que escondió tu móvil.

Es su pasatiempo. Casi me vuelvo loco buscándolo, sabía que había sido ella, ya lo hizo con el de su madre, pero no decía nada.

—¿Cómo has conseguido que lo dijera?

Quitándole las pinzas. Lo había guardado en el zapatero, dentro una caja donde guardo unas botas de montaña que no utilizo desde hace siglos.—Comenzó a reír con desgana, más bien un lloriqueo—. ¿Qué es lo que te preocupa? De lejos y ya no físicamente por la distancia, lo noté en tu voz lo poco que hablamos.

—¿Te acuerdas de los hermanos Iván y Nicolás?

Los hijos de Arturo para quien estuviste trabajando —afirmó con seguridad.

Arturo, así se llamaba el jefe. En alguna ocasión me mandó frecuentar los lugares por donde sus hijos se movían por las noches. Nunca se fió de ellos. Óscar con el cual compartía piso, y fue el que me acompañó la primera vez llevándome en coche a Madrid por el problema de mi padre, me acompañaba en esas salidas, para que Iván y Nicolás —un poco más jóvenes que yo—, no sospecharan al verme merodear. Uniéndonos más de una vez en alguna fiesta con ellos.

—¿Sabes algo de ellos?

Lo último que sé, lo sabes tú también. Que están en una prisión en el extranjero. ¿Por qué lo preguntas?

Ya que estaba en las mismas que yo, le conté lo que había pasado y mis sospechas sobre los hermanos. No es fácil salir de una cárcel como esas y más con toda la mercancía que les pillaron, pero tener una madre donde sus hermanos, unos mafiosos rusos, donde mi jefe comparado a ellos era un don nadie, me dio que pensar que podían haber untado de pasta con quienes se cruzaran para sacarlos.

Mi buen amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora